El presidente López Obrador está por escoger como candidato a la segunda posición más importante que se juega en el 2024 a uno de los más destacados alumnos de Genaro García Luna: Omar García Harfuch.
Para el presidente es una derrota moral. A lo largo del sexenio ha mencionado más de 700 veces, según datos de la consultora Spin, a Genaro García Luna en las mañaneras. Es el símbolo de la putrefacción del viejo régimen. De cómo en el pasado los altos funcionarios se coludieron con los narcos y dejaron al país bañado en sangre. Cuando García Luna, secretario de Seguridad en el gobierno de Felipe Calderón, fue sentenciado en Estados Unidos por colusión con el narco, se cristalizó el gran triunfo de ese discurso: el encarcelamiento de quien fue zar contra el crimen organizado constituye sin duda una vergüenza para México.
La condena a Genaro García Luna es uno de los pilares de la narrativa obradorista. Sirve para sacudirse desde los reclamos por la violencia desatada hasta la caída en los avales internacionales de aeronáutica.
La perfilada candidatura de García Harfuch a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México desarma esa narrativa. Harfuch aprendió a ser policía con García Luna y sus operativos en la Ciudad de México están mucho más cerca del método García Luna que del “abrazos no balazos” de López Obrador. Encima, Harfuch aparece en el expediente de Ayotzinapa y activistas y familiares de los estudiantes desaparecidos lo tienen en la lista de responsables de la tragedia, que también ha sido ampliamente explotada electoralmente por el presidente de México. Por eso López Obrador no quería a Harfuch. Por eso lo desdeñó, despreció, minimizó y vetó hasta que las cosas se le complicaron en la Ciudad de México y Claudia Sheinbaum lo convenció de que había que darle una oportunidad al funcionario estrella de la capital del país.
Dado que va a encumbrar a un discípulo de García Luna como candidato de Morena a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, si hubiera algo de honestidad intelectual en López Obrador, le daría pena hablar sobre el exsecretario de Seguridad de Calderón. Me juego doble contra sencillo a que no lo va a hacer. El descaro es el símbolo de este sexenio. El cinismo. Y así como dice que ya se acabó la corrupción, que lo de Pío son aportaciones, que “la señora tiene dinero”, que ya no hay masacres, que no hay militarización, que es el presidente más feminista de la historia, que es el presidente más ecologista de la historia, que no hay récord de asesinatos, que no hay récord de desaparecidos, que no hay deuda, que ya se terminó el desabasto de medicinas, que estamos a unos meses de tener un sistema de salud como el de Dinamarca, que el aeropuerto Felipe Ángeles es el mejor del mundo, que ya está refinando Dos Bocas, que ya se acabaron los privilegios, que él no se metió en la elección de candidato presidencial de Morena, que no hay dedazo, que no hay acarreo, que no hay cargada, López Obrador seguirá explotando políticamente el encarcelamiento de García Luna mientras impulsa a uno de sus alumnos más aventajados para que sea el próximo jefe de Gobierno.