El presidente está cometiendo un error de cálculo político con el debate de los libros de texto gratuitos. López Obrador ha buscado aplicar la misma receta: detecta un asunto que causa polarización, lo vuelve principal tema de conversación, lo usa para distraer la atención y termina generando réditos electorales al dividir a la sociedad.
Lo de los libros no cae tan fácilmente en el machote. Es cierto que esta discusión le ha permitido romper la narrativa de los últimos días, dominada por la aspiración presidencial de Xóchitl Gálvez que desdibujó a sus corcholatas. También es cierto que es un tópico que genera polarización y lleva a sus adversarios a cometer errores (como lo de arrancar las páginas). Lo que no está midiendo el presidente es que un enorme sector de la población, que no está inmerso en el ajetreo político del día a día, ha reaccionado con molestia a estos nuevos libros: mamás y papás enojados porque a sus hijos les están quitando matemáticas para enseñarles el rollo de que al presidente le robaron la elección del 2006. En los nuevos libros permea un modelo hiper-ideologizado y conformista que me parece que no empata con la manera de pensar de muchísimos mexicanos.
El problema no son las erratas que siempre las hay. No es la fecha de nacimiento de Benito Juárez o el error en una de las operaciones con fracciones. Ni siquiera es la falta de rigor en la infografía de los planetas. El problema es el uso de la educación pública para la difusión del falso evangelio obradorista: la Historia de México según él, la política mexicana según él, la satanización de las aspiraciones del individuo, la condena del éxito económico, la minimización de las matemáticas por considerarlas neoliberales, el despreciar la ciencia porque dicen que sirve a los intereses económicos de grandes corporativos, el abuso de emplear los libros de texto gratuitos para propagar los rencores electorales del presidente, ensalzar su figura, denostar a sus rivales y hasta exonerar a su corcholata favorita de uno de los escándalos de su trayectoria.
Este falso evangelio obradorista se exhibe cotidianamente en un presidente que no viaja al extranjero porque le saca ronchas la globalización, que considera que estudiar fuera de México es de corruptos, que dice que no hay que ser “aspiracionista”, que bastan 200 pesos y un par de zapatos, que no compra medicinas por no enriquecer a los laboratorios aunque deje al país sin medicamentos, que es amigo entrañable de los dictadores comunistas y les hace el feo a los presidentes capitalistas, que apuesta por normalizar el “dijistes” en vez de impulsar que los niños aprendan inglés, que considera estratégico preservar los remedios caseros más que enseñar la importancia de las vacunas.
Le llamo falso evangelio porque en cada uno de sus postulados hay un desmentido a la mano: un hijo, un hermano, un alto funcionario, un propio presidente que hace tambalear este potaje de prédicas que —me da la impresión— no es compartido por el grueso de los padres de familia, que no quieren a sus hijos en las filas de ese adoctrinamiento y pueden cobrarse electoralmente este abuso.