La opinión pública está distraída con la danza de las corcholatas. López Obrador sale feliz y cantando en su mañanera. Los priistas se pelean entre ellos porque les ganaron Morena y Delfina. Los panistas acompañan el luto de la derrota. La oposición busca método de selección de la candidatura presidencial. Morena ya lo tiene. Renuncia Ebrard. Renunciarán los otros. La conversación es la sucesión presidencial y mientras tanto, tuvimos el segundo fin de semana más violento del año: 249 asesinatos.
En Chenalhó, Chiapas, 3 mil 500 personas dejaron sus casas por la violencia. Asesinaron a 7 indígenas desplazados, incluida una niña de tres años. En Jalisco se confirmó que los restos encontrados en 52 bolsas en un barranco de Zapopan pertenecen a los ocho empleados de un call center que desaparecieron a finales de mayo. En Chihuahua le dispararon más de 700 veces a una iglesia en Guachochi y dejaron en la calle un cuerpo decapitado. En la carretera Jiménez-Parral hubo un enfrentamiento con al menos cinco personas muertas. En Guanajuato colectivos han encontrado cinco fosas clandestinas en tres municipios diferentes; la última, el martes. En la Ciudad de México, asesinan a los dueños de las “licuachelas” Doll Drinks de Tepito; se dice que eran extorsionados por el cártel de La Unión y se negaron a pagar.
Esto es junio y apenas lleva 7 días. Ya veníamos de un mayo violento: el último fin de semana de ese mes fueron 243 asesinatos. Mataron al subdirector de la aduana en Manzanillo, Colima. En Irapuato, Guanajuato, se encontraron los cuerpos de 5 hombres con huellas de tortura cerca de un panteón. En Celaya tres ataques simultáneos que dejaron 3 personas muertas y una herida. En Morelia, Michoacán, dos hombres fueron asesinados mientras caminaban en la calle. Y así podría seguir y seguir.
Todos los episodios de violencia que le relato son posteriores a que supiéramos que oficialmente este sexenio ya se volvió el de más asesinatos en la historia.
¿Y el gobierno? Ocupado en la sucesión. El Presidente es el líder de su partido y es el gran elector ahí. Establece detalladamente cómo quiere el proceso interno de Morena. Deja claro que él manda, sólo él. Falta un año para la elección presidencial, a él le queda año y medio de gobierno, pero quiere a la gente hablando de las campañas, quiere al pueblo distraído, entretenido con eso.
De los ríos de sangre que corren por nuestro México que nadie hable, que se oiga lo menos posible, que él pueda sacudirse la responsabilidad diciendo que todo es herencia del pasado, como si no llevara ya más de 4 años y medio al frente, como si no hubiera prometido que esto acabaría con su llegada al poder, como si no estuviéramos peor ahora que antes, como si no fuera el responsable de la estrategia de seguridad que ha fracasado rotundamente.