Una nueva camada de periodistas y opinadores criados en el grupo político de Claudia Sheinbaum se ha incrustado en varios medios de comunicación muy importantes para apuntalar la campaña oficialista. El reflector les ha sentado mal. Un poco por soberbia y otro tanto por novatez, algunas de sus descompuestas frases han inundado las redes sociales y les han merecido un inmediato bautizo de sangre.
No deben preocuparse por errar tanto. Su participación al aire no está en riesgo. No están ahí por sus análisis inteligentes, su olfato periodístico ni su química con el público. Están ahí como fruto de un cálculo político de los dueños de esos medios de comunicación que se traduce en un pacto de sometimiento al presidente. Están ahí porque muchos medios están alineados con el primer mandatario y su candidata.
Pero como el ratero que grita ¡ahí va el ladrón!, López Obrador y Sheinbaum se quejan de que tienen a los medios en contra. Patrañas. Nadie como ellos ha gozado una impunidad declarativa que lleva a la reproducción acrítica de sus palabras, aunque sean flagrantes mentiras, claras violaciones a la ley o abiertas calumnias.
Cuando me refiero a estas voces claudistas en los medios no estoy hablando de la natural presencia de militantes de Morena en las mesas de debate pluripartidistas. Me refiero a los que van disfrazados de analistas independientes y que forman el más reciente peldaño de una degradación sistemática que ha tenido lugar este sexenio.
A los periodistas primero se les buscó acallar, convertirlos en conductores funcionales para diluir las noticias negativas para el gobierno, normalizar los lances autoritarios del Presidente, descafeinar los es cándalos de corrupción y dedicar largos espacios a temas triviales. Cuando esa fórmula no fue suficiente, encumbraron a conductores grises que le sientan muy bien al régimen. Y todo, mientras se alentaba desde el poder la creación una nueva categoría de comunicadores totalmente afines al gobierno, incapaces de ejercer la mínima crítica.
Del lado de los analistas sucedió algo similar. Primero engrosaron las filas de opinadores con voces supuestamente “moderadas”, que en realidad militaban en el obradorato, creando un claro desequilibrio con quienes eran capaces de ejercer la crítica hacia ambos lados del tablero. Con el paso del tiempo, algunas de esas voces “moderadas” se fueron alejando del discurso de la mañanera: se volvía imposible defender lo indefendible, era cada vez más complicado contradecir la realidad con flagrantes mentiras. Entonces entraron al quite los militantes, los abiertos propagandistas. Y ahora tienen el sello de Claudia.
Frente a la adversidad de esta permanente guerra sucia presidencial, a contracorriente a veces de sus propios medios, destaco el trabajo de colegas periodistas y analistas que han tejido en los últimos años sus más finos trabajos. También de los dueños de medios que han resistido. Así ha sido en muchos gobiernos y éste —en el que más se ha atacado a la prensa— no es la excepción.
Me parece que con este potaje, los académicos tienen frente a sí un muy interesante caso de estudio.
SACIAMORBOS
Tanto esfuerzo de los propagandistas y el presidente declara que ni sabía que seguía existiendo La Hora Nacional (otra del malagradecido).