Mañanera. 3 de mayo 2023. 2 horas. 3 preguntas. 3 respuestas. Ninguna sobre el elefante en la habitación: la red de tráfico de influencias de Andrés “Andy” López Beltrán y sus mejores amigos. La nueva generación de ricos de la 4T no se aborda. No se habla del hecho, ni del vínculo, ni del reportaje ni de los documentos presentados. No hay una explicación, no hay una disculpa, no hay un compromiso de investigación.
Lo que sí hay es la puesta en marcha de la operación “Aquí no pasa nada”, que ya nos sabemos de memoria:
Descalificar al mensajero. Con una expresión claramente turbada, pero actitud de “aquí no pasa nada, cuál es el problema”, el presidente decide de qué se habla en la mañanera, con quién lo habla y cómo lo habla. No había terminado de dar los buenos días y ya se había arrancado con descalificaciones, ataques y calumnias a los medios, a los intelectuales, a los periodistas, a un servidor.
Minimizar. Que salgan los bots y los aplaudidores a minimizar la investigación, a criticar al medio, al periodista, a desviar la atención, a llenar de ruido las redes sin un solo argumento. Sin poder desmentir una sola palabra ni un solo documento.
El uso del aparato del Estado. Si la estrategia de diluir la nota no funciona, entonces viene el ataque, la persecución, el abuso, las amenazas, las violaciones constitucionales, las demandas. La venganza. La intimidación. El castigo ejemplar al que se atrevió para que los demás no se atrevan.
Ninguno de estos pasos incluye una sola explicación, respuesta solida ni justificación.
Hay algo que el presidente sigue sin entender. Las explicaciones no se las debe a los periodistas, se las debe a los mexicanos, en particular a los 30 millones que estaban hartos de los abusos de poder, de la corrupción, del tráfico de influencias, que votaron por un cambio y que ven que es lo mismo. Cuando simula que no pasa nada, y evade esa explicación, la traición es a ellos.
Su apabullante triunfo electoral del 2018 se explica en el rechazo a ese sistema del abuso del poder y los privilegios. López Obrador logró capitalizar este hartazgo. México votó pensando que al menos al llegar él, se irían los que se despachaban del dinero público con la cuchara grande. El actual presidente “vendió” la idea de que él no era así, y medio país se la compró.
A casi cinco años de esa elección, muchos de los que creyeron ya no creen, muchos de los que pensaban que con él se acabaría ese sistema, están desencantados. Pero también es indudable que muchos millones siguen creyendo que AMLO es diferente, que es más cercano al pueblo, que roba menos que los anteriores. El presidente, con su estrategia de “aquí no pasa nada”, parece estar dispuesto a seguir perdiendo adeptos, calculando que los que se quedan serán más que los que se van. No apuesta por reconquistar a los desencantados. A esos, y a todos los demás, los desprecia con el silencio cómplice y la falta de explicaciones.