El 28 de septiembre de 2019, el presidente López Obrador declaró: “Nada de que el presidente no sabe, no se enteró, de que el presidente no tiene buenos colaboradores, de que lo engañan. ¡Mentira! El presidente de México se entera de todo”.

Ayer, tres años y medio después, 24 de enero de 2023, López Obrador ofreció una versión totalmente distinta sobre qué tanto saben los presidentes sobre lo que hacen sus colaboradores: “sí hay esa posibilidad de que no supieran; o que supieran o no le dieran importancia, sospecharan, pero no le dieran importancia. Y lo otro es que sí (esa es la tercera hipótesis), de que actuaba así porque tenía cuando menos la licencia del presidente o los presidentes”.

Este giro súbito se dio cuando le preguntaron si era creíble que los entonces presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón no supieran que su cercanísimo colaborador Genaro García Luna estaba tan coludido con el narcotráfico, como señala la fiscalía en el juicio de Nueva York.

No sólo fue eso. A pesar de ser un crítico acérrimo de García Luna, López Obrador matizó los señalamientos contra el exsecretario de Seguridad federal. Opinó que las acusaciones en la corte estadounidense son sólo los dichos de un delincuente confeso: “Hasta ahora no ha habido pruebas fehacientes”.

López Obrador se está vacunando. Se está curando en salud. ¿Por qué? ¿A qué le teme? ¿A que con el tiempo surjan testimonios de grandes capos hablando de cómo se aliaron con el gobierno de AMLO, de cómo operaron electoralmente a favor de Morena, de cómo financiaron campañas? ¿Le teme a que más adelante broten investigaciones que cuenten cómo altísimos funcionarios de seguridad de su gobierno pastoreaban en aviones oficiales a reyes criminales para presentarlos con los candidatos de Morena para que apoyaran sus aspiraciones políticas? ¿O por qué antes decía que los presidentes se enteraban de todo y estaban metidos en todas las grandes transas, y ahora lo matiza? ¿Está hablándole al espejo de los escándalos de corrupción, los inexplicables flujos de dinero en efectivo, los contratos asignados a amigos y socios, las extorsiones y conflictos de interés lo mismo en su familia que en su gabinete?

Está claro que, con su habitual sagacidad política, López Obrador está tratando de explotar al máximo el juicio contra García Luna —ya tiene sección especial en la mañanera— y al mismo tiempo está cubriéndose por si algo salta contra él en el futuro. Una especie de: “Miren el escándalo que es todo lo que se dice, pero no hay pruebas fehacientes, eh”. Si el juicio cuaja, acude a la primera declaración: el escándalo que es todo lo que se dice. Si el juicio tropieza, se va con la segunda: no hay pruebas fehacientes.

Es un truco que ha usado toda su vida. No tiene por qué ser la excepción. Y así, mientras desfilan en las cortes americanas todas las putrefacciones del pasado mexicano, el presidente puede entretener a su audiencia para que no se fije en el presente: al final del juicio contra García Luna, en México seguirá la violencia, faltarán medicinas, habrá una inflación histórica y seguirán en la impunidad los escándalos de corrupción del actual gobierno.

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