La salud de todos depende de los más vulnerables, nos ha enseñado la pandemia.
El Covid-19 ha dejado al descubierto uno de los más grandes absurdos en nuestra sociedad: hay millones de trabajadores de quienes dependemos cotidianamente, pero que al mismo tiempo despreciamos.
El que tenga ojos para ver, que lo vea: son los campesinos que recogen las cosechas, las trabajadoras del hogar, los migrantes que envían remesas, y de manera notabilísima, los trabajadores de la salud: médicos, enfermeras, camilleros, terapeutas, entregados a proteger nuestra salud.
En el papel tienen derechos, pero en la realidad cotidiana, en la mayor parte de las instituciones públicas, sus condiciones laborales son precarias, lo que los vuelve muy vulnerables.
El colmo de la idiotez ha surgido entre gente prejuiciada y desinformada que han atacado a enfermeras, enfermeros y en general a trabajadores de la salud. En contraste, saludo a quienes cada noche desde el balcón de su casa les dedican un largo aplauso de agradecimiento.
Y por supuesto, allí está el siempre minusvalorado trabajo casero, y los cuidados familiares, que se toman como algo automático, que siempre estará allí. Se trata del trabajo de las mujeres, que como no es remunerado económicamente, tampoco es valorado socialmente. Me dio gusto ver en las redes a un hombre treintañero que exclama: ‘no mames, admiro cañón a las mujeres, esto de hacer la comida y limpiar la casa y atender a los niños y lavar platos nunca se acaba, no sé cómo le hacen, ahora que me ha tocado entrarle entiendo lo importante que es su trabajo’. Ya veremos cómo se reacomodan los roles en la distribución del trabajo post-pandemia.
En Estados Unidos ha ocurrido una paradoja. Los trabajadores más explotados, los campesinos y obreros agrícolas mexicanos que pasan el día entero en cuclillas, con la espalda doblada, sembrando, pizcando, cosechando, en una labor que nadie más puede realizar, han sido reconocidos como insustituibles, y les han extendido una carta del propio gobierno donde dice que son esenciales – ver el artículo de Alfredo Corchado: https://nyti.ms/3dx07NT
A su vez, las comunidades mexicanas en el exterior exigen que el gobierno de México atienda a la migración de retorno en temas de salud física y mental, en vivienda o albergue para población deportada, empleo, proyectos de coinversión, y educación e integración (https://bit.ly/2zjDjlI)
La pandemia ha traído como consecuencia restricciones a la movilidad humana, prohibiciones de viajes, cierre de fronteras, límites al asilo y la suspensión de la ubicación de refugiados.
Todos sufrimos la misma tempestad, pero no todos vamos en el mismo barco. Culpar de la pandemia a la enfermera o al migrante, además de una cobarde tontería, es negarse a resolver los problemas estructurales de fondo. Por el lado positivo, un conjunto de organizaciones: @Iniciativa_pcd, el @CIDE_MX, la iniciativa de salud de Berkeley @hia_ucb se han unido con @OIM_Mexico y @AcnurMexico para realizar cursos y talleres que apuntan a mejorar las condiciones de salud física y mental de migrantes, refugiados y desplazados: www.primerosauxiliospsicologicos.org
Es crucial revalorizar al mundo del trabajo. ¿Cómo transitar de un estatus donde la salud es una mercancía que se compra y se vende, a un derecho ciudadano efectivo? La #vulnerabilidad de los trabajadores de la salud, y la #discriminacion y #xenofobia contra los migrantes nos debilitan a todos. Aunque sea sólo por interés propio, valorando y remunerando justamente su labor nos protegemos a nosotros mismos.
Profesor asociado en el CIDE
@ Carlos_Tampico