Puede establecerse un paralelismo entre el clima del verano de 2024 y el ambiente político en México.
Este sexenio concluye el 30 de septiembre, en 100 días, ni una jornada más; mientras que la presidencia constitucional de Sheinbaum inicia formalmente el 1 de octubre, ni un día antes.
Días fugaces para quien debe irse, y a la vez días interminables para quien no acaba de llegar. Serán días calurosos, de temperaturas extremas; y al final del estío toma fuerza la temporada de huracanes.
Ahora echemos un vistazo al ecosistema político.
Estamos frente a una política de tierra arrasada. La mayoría, que obtuvo una holgada victoria electoral, quiere convertirla en un monopolio político.
La arrogancia del poder la lleva a asignarse una grosera sobrerrepresentación en Diputados y en el Congreso de la CDMX, mucho más allá de lo que el voto ciudadano les otorgó. Aunque parezca insólito, una mayoría constitucional artificialmente construida puede terminar por dañar a la presidenta electa.
La virtual presidenta electa no debe plegarse a su antecesor, y tampoco puede pelearse.
¿Qué le debe mucho su antecesor? Sí.
¿Qué todo se lo debe a su mánager? No.
La victoria es suya. Sacó 36 millones de sufragios y 59% del voto popular, superando significativamente los registros de 30 millones y 53% de AMLO.
¿En qué invertirá la futura presidenta Claudia Sheinbaum su inmenso capital político? ¿Cuál será el escenario que le espera el 1 de octubre, cuando tendrá que hacerse cargo de recuperar el territorio frente a una violencia incesante y las extorsiones omnipresentes?
El capital político de Sheinbaum ha empezado a desgastarse prematuramente por la obstinación de su antecesor por dejar atada la elección de ministros, magistrados y jueces mediante el voto popular. Es evidente que el sistema de justicia en México necesita una reforma, pero la incluida en el Plan C no busca mejorar ni la procuración, ni la impartición de justicia. Se trata de una venganza personal para someter políticamente a la Suprema Corte y sobre todo a su presidenta, que en observancia de la división de poderes no se plegó al dictum del Ejecutivo.
Con una votación avasalladora, supuse que esta transición sería de terciopelo. La victoria de Sheinbaum y los primeros nombramientos de su gabinete (https://www.eluniversal.com.mx/nacion/estos-son-los-retos-de-los-primeros-6-integrantes-del-gabinete-de-claudia-sheinbaum/) fueron bien recibidos dentro y fuera de México, no así la noticia de que el gobierno saliente podría cambiar la constitución a su antojo en el último mes de su gestión.
Sheinbaum no le debe todo a su mánager. Se lo debe a sus electores.
No enfrentamos una transición tradicional. Durante catorce sexenios, desde Lázaro Cárdenas hasta Enrique Peña Nieto, el poder recaía en el Estado mexicano, y era gestionado por el presidente durante seis años. Hoy el presidente saliente concentra el poder en su persona, no en un Estado al que él mismo ha debilitado.
El presidente saliente no tiene muchas ganas de irse. Un día ofrece sus consejos, otro día habilita a sus hijos para ocupar cargos públicos, un día más promete que ejercerá su derecho a disentir.
La cohabitación en los siguientes 100 días no será fácil. Como dicen los gringos en otro contexto: it’s going to be a long, hot summer (será un verano muy largo y muy caliente).
A partir del 1º de octubre Sheinbaum se sienta en la silla del águila.
Profesor asociado en el CIDE. @Carlos_Tampico