América Latina está convulsionada. Uno tras otro, los regímenes políticos en distintos países son sacudidos por crisis económicas, fraudes electorales, y ofensivas del crimen organizado.

El colapso económico y la crisis política en el gobierno de Nicolás Maduro han devastado a Venezuela, un país que cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo. El gran riesgo es que se le empiece a ver como un problema intratable, sin solución, que gradualmente se va pudriendo, sin salida alguna.

Venezuela vive hoy una crisis humanitaria gravísima. La mitad de la población se ha ido del país (6 millones de personas), o necesitan ayuda humanitaria (9 millones de personas). El colapso del sistema de salud hace que, si una persona pobre se enferma, corra el riesgo de morir.

Tras las explosiones sociales contra Lenin Moreno en Ecuador y Sebastián Piñera en Chile, las acusaciones de fraude contra Evo Morales en Bolivia, la derrota electoral del uribismo en las elecciones locales en Colombia, la guerra verbal del presidente brasileño Jair Bolsonaro contra el presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, y la brutal ofensiva del crimen organizado contra el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, no les queda a los presidentes mucho espacio para el activismo internacional.

Esto ha llevado a la bancarrota al Grupo de Lima, cuyos abanderados Iván Duque, Jair Bolsonaro y Mauricio Macri simplemente no pueden dar lecciones de democracia a nadie.

Todo esto resulta en una ausencia de liderazgo por la democracia, los derechos humanos y la paz en el hemisferio.

La política de Trump hacia Venezuela también está en bancarrota. El sólo hecho de que la encabece el señor Elliott Abrams, identificado por sus propios compatriotas como un criminal de guerra y un mentiroso contumaz, le resta cualquier credibilidad. El señor Abrams fue encontrado culpable de mentirle al Congreso de Estados Unidos en 1991 durante el escándalo Irán-Contras, pero fue perdonado posteriormente por el presidente George H.W. Bush. Su negocio es impulsar el cambio de régimen y el derrocamiento de gobernantes que no le resultan afines a Washington.

Al final Maduro y Trump acaban reforzándose el uno al otro. Maduro dice: ¿para qué voy a negociar con la oposición venezolana, cuando quien detenta el poder es Estados Unidos? .

Cuba, Rusia, China y Turquía tienen sus respectivos intereses en Venezuela; sus intervenciones son oportunistas y guiadas por su propio beneficio; nada que ver con el bienestar del pueblo venezolano.

La línea dura del gobierno de Nicolás Maduro está convencida de que la presión externa ya quedó en el pasado, y por lo tanto su lógica es la de la resistencia. Maduro está dispuesto a negociar todo, excepto el poder. La cúpula de las fuerzas armadas está muy comprometida con el régimen porque llevan 20 años haciendo negocios juntos, aun cuando los soldados rasos viven la crisis cotidiana como el resto de la población.

Retomo lo que dicen las organizaciones de la sociedad civil venezolana: que decidan los venezolanos. El grueso de ellos está concentrado en la supervivencia cotidiana. Aunque luzca muy cuesta arriba, la celebración de elecciones libres sigue siendo preconizada como la salida. Así lo argumenta el colectivo cívico venezolano Convivencia: ‘una salida electoral, por sí sola, no garantiza la solución del conflicto, sobre todo, en contextos de instituciones débiles. No obstante, sin un evento comicial legítimo, transparente y justo, cualquier solución carece de sostenibilidad.’

México se ha reservado un espacio para moverse como fiador o garante de acuerdos. Finalmente, me parece crucial que evitemos confundir el proceso político con la crisis humanitaria y migratoria; ésta última hay que atenderla pase lo que pase.



Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico

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