Edificar una sociedad es una tarea compleja y permanente.
Transformarla es una meta aún más complicada.
Ajustar el pensamiento de un conglomerado humano al de una sola persona parece imposible (e indeseable).
La gran tentación es pensar que todo lo existente antes de la llegada de un gobernante estaba inmerso en la noche de los tiempos, y que el sol resplandece tan pronto se inaugura una nueva era con el advenimiento del reformador.
Veo dos posiciones extremas en el tema de la construcción social.
La primera, que supone que el poder se puede tomar por la fuerza con el fin de asegurar la sujeción de un colectivo humano. Estados Unidos lo vivió en carne propia en Irak y en Afganistán. Sus invasiones en ambos casos terminaron con un estrepitoso fracaso de ‘exportar la democracia’ o de ‘edificar una nación’.
La segunda, que plantea que el conocimiento técnico es suficiente para controlar a una sociedad y desdeña a los ‘no ilustrados’ como ignorantes deplorables.
Existen también vías intermedias, todas complicadas.
En el caso de México, la historia nos enseña que pretender modelarnos a imagen y semejanza de una persona deviene, tarde o temprano, en una tarea fútil.
Asimismo, la historia de México nos dice que es mal negocio para un presidente o expresidente tratar de convertirse en un protagonista eterno, directamente o por interpósita persona.
Ahí están los casos de herencias y maximatos en México, malogrados una y otra vez por el imperativo político para cada mandatario de tomar distancia de su antecesor.
Cárdenas puso a Calles en un avión a Los Ángeles, Echeverría envió de embajador a Díaz Ordaz para sacarlo del juego político, López Portillo aplicó la misma receta a Echeverría. Zedillo anuló a Salinas de Gortari tras la sucesión. Hoy es el día en que Salinas no puede caminar tranquilamente en público por las calles de la Ciudad de México.
La sociedad mexicana es dinámica. Es crucial tomarle el pulso y entender su palpitar.
Empiezan los balances de lo construido y destruido, de lo logrado y lo todavía anhelado, a partir del 1 de diciembre de 2018, un periodo marcado por la polarización.
Y estamos ya en la etapa preliminar de la sucesión presidencial.
¿Cómo abordar las grandes grietas económicas, sociales y culturales que nos impiden darnos un propósito nacional común?
¿Por dónde comenzar con el camino de la suma de voluntades, de la multiplicación de oportunidades, de la convocatoria amplia?
¿Quién puede abanderar ese propósito común?
Hacer contacto afectivo y emocional es indispensable, pero no basta; en contrapartida, encontrar soluciones técnicas a los problemas es de lejos insuficiente sin palpar lo que mueve a los mexicanos y conectar con nuestros compatriotas.
Las propuestas respectivas necesitan una interlocución social amplia, que incluya a los actores políticos organizados, los grupos empresariales y de productores, las universidades y centros de investigación, las organizaciones de trabajadores y de la sociedad civil, las cámaras legislativas; es decir, la sociedad en su conjunto.