Los mexicanos no conocemos Centroamérica. Lo que es peor, al grueso de nuestros compatriotas no les interesa lo que ocurre en nuestros países vecinos, Guatemala y Belice, y lo mismo en las otras naciones del istmo: El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Ignoramos casi todo sobre ellos y por ende proyectamos un desprecio inexplicable hacia su gente y su situación. Con muy valiosas y honrosas excepciones, llevamos décadas con los ojos fijos en el Norte y no tenemos tiempo de mirar hacia el sur.
En mis clases en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), en la primera sesión pregunto a mis alumnos: díganme dos ciudades en Guatemala, dos en Honduras y dos en El Salvador, sin contar las capitales, ni Antigua en el caso de Guatemala. Las más de las veces, la respuesta es un sonoro silencio. Es excepcional que alguien conteste correctamente.
Por todo lo anterior resulta extraordinariamente relevante la reciente publicación del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales, México y Centroamérica: encuentro postergado, que se puede consultar en: https://bit.ly/2LoXAJF.
A partir de enero de 2017, el presidente Donald Trump ha desatado desde su posición de odio supremacista una guerra contra los migrantes y solicitantes de refugio pobres y de piel oscura. México vive una insoportable presión de Washington para que impida su paso a Estados Unidos, y ha aceptado convertirse en sala de espera de aquellos cuyos casos están siendo procesados en tribunales estadounidenses. A finales de noviembre de 2019 el número de personas solicitantes de refugio ascendía a 54,000; esta cifra rebasa con mucho las capacidades de atención administrativas, presupuestarias y de personal de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar).
Encuentro postergado nos ofrece apuntes clave sobre la dramática realidad centroamericana:
1. Guatemala, Honduras y El Salvador son países ricos en biodiversidad con pueblo pobre. Gozan de una ubicación privilegiada en la cintura del continente americano, entre los océanos Pacífico y Atlántico. Sin embargo, sus élites económicas, políticas y militares han generado una desigualdad brutal, y producen centenares de ultra-ricos a expensas de un océano de pobres.
2. El éxodo de hombres, mujeres, jóvenes y niños es detonado por una economía depredadora; por los efectos devastadores del cambio en el régimen de lluvias sobre la agricultura campesina y la alimentación popular; por el pacto de corruptos que secuestra al Estado para el servicio de un puñado de personas con total impunidad.
3. El mejor negocio en Centroamérica es exportar pobres. En 2018 las remesas enviadas por trabajadores guatemaltecos, salvadoreños y hondureños a sus comunidades de origen ascendieron a 19,656 millones de dólares (mdd), mientras que la asistencia oficial para el desarrollo proporcionada por EU ascendió a 958 mdd en 2017, última cifra disponible. Mientras los pobres meten dinero al país, los ultra-ricos reciclan las remesas a través de su control de la economía y las finanzas, y realizan masivos envíos de dinero a paraísos fiscales.
4. En consecuencia, los ultra-ricos —de nuevo, con muy escasas y honrosas excepciones— no tienen interés alguno en el desarrollo de sus países, que manejan como fincas privadas.
Es imperativo trabajar con quienes, desde el gobierno, las iglesias, el sector privado, la sociedad civil, y la academia, entienden el desarrollo como la transformación de las condiciones culturales, políticas, sociales y económicas que permiten ampliar las libertades humanas y eliminar las privaciones de las personas. En otras palabras, dejar de postergar nuestro encuentro con Centroamérica para juntos hacer habitables a nuestros países.
Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico