Se dice que para alcanzar la democracia se necesitan demócratas. En este sentido, para construir el desarrollo necesitamos volvernos mejores ciudadanos.
El bajo crecimiento de la economía mexicana ha dado pie a nuevos debates sobre el crecimiento económico y el desarrollo.
El paquete económico entregado por la SHCP a la Cámara de Diputados anticipa cifras que no dan pie para el optimismo: en el periodo 2019-2024 no llegaremos ningún año a registrar un crecimiento del PIB que alcance 3%, y el promedio sexenal quedará probablemente cercano al 2% de los últimos treinta años.
El presidente ha encaminado el debate en otra dirección. Señala que se puede alcanzar un nivel significativo de crecimiento, sin registrar desarrollo alguno. En esta perspectiva, lo importante es la inclusión y la distribución, el combate a la desigualdad, el acceso de los mexicanos a satisfactores económicos y sociales.
A muchos nos queda claro que el crecimiento es condición necesaria, mas no suficiente, para el desarrollo.
Me resulta evidente además que la distribución del ingreso y el combate a la desigualdad tampoco equivalen per se al desarrollo.
Hay quien argumenta que Cuba, una economía de escasa diversificación y muy bajo crecimiento, registra altos niveles en el índice de desarrollo humano IDH (0.777) por su inversión durante décadas en salud y educación, incluso ligeramente superior a México (0.774) en 2017.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) define el desarrollo humano como un proceso que pone en el centro a las personas, de manera tal que puedan aprovechar plenamente su potencial y disfrutar de la libertad para llevar una vida productiva y creativa de acuerdo con sus necesidades e intereses.
Los programas de transferencias condicionadas de efectivo del gobierno a los individuos tienen mucho sentido para detener el empobrecimiento de la población. Sin embargo, que la población salga de la pobreza en una generación dependerá de su capacidad de hacerlo por sus propios medios.
El crecimiento y el desarrollo en el sureste mexicano y en Centroamérica hacen imperativo emprender la transición de economías extractivas, oligopolizadas y rentistas hacia una economía donde se impulse a esfuerzos productivos que generen valor económico y social. La cooperación mexicana al desarrollo con Centroamérica, para ser socialmente eficaz, debe considerar proyectos que pequeños productores y organismos comunitarios locales han emprendido, en consistencia con los objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030:
1) Cuidados prenatales, atención a la madre y al niño en la primera infancia;
2) Acceso a agua limpia, con efecto multiplicador en salud, educación, productividad;
3) Educación de calidad, con énfasis en la instrucción de las niñas en zonas de bajos ingresos tanto rurales como urbanas;
4) Seguridad alimentaria;
5) Acceso a la justicia, equidad de género e igualdad ante la ley;
6) Cuidado de los bienes naturales y del ambiente;
7) Fomento de sinergias de pequeños productores locales con sectores empresarial, financiero y académico;
8) Trabajar con los mercados locales, regionales y nacionales;
9) Impulsar la articulación territorial;
10) Empoderar a las personas como agentes de su propio
desarrollo.
Finalmente, el desarrollo no es producto únicamente de la inversión privada o de programas gubernamentales, y no se afianzará sin un proceso de apropiación social. Es que la hija de la trabajadora del hogar tenga una oportunidad de estudiar, de aprender, de florecer. Es que respetemos el espacio público. Es el abatimiento de la violencia y del crimen organizado para hacer a nuestras ciudades más habitables. Es producto de la formación y el empoderamiento de ciudadanos libres, sanos y preparados.
Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico