“Negar la influencia hispana es atentar contra la identidad mestiza”, ha dicho Gonzalo Celorio, nuestro flamante premio Cervantes. Pues, a la conquista por la espada sobrevino la de carácter espiritual —como la llama Robert Ricard, en una obra dedicada al historiador decimonónico, Don Joaquín García Icazbalceta, publicada por el FCE— iniciada a partir del diálogo de dos cosmovisiones.
Respecto de la primera conquista, dos puntualizaciones: Miguel León Portilla, quien fuera miembro de El Colegio Nacional, ha señalado con meridiana claridad que la hicieron los españoles, pero en conjunción con los señoríos mesoamericanos que estaban bajo el dominio de los mexicas y sus aliados, factor este último que bien supo leer Hernán Cortés, de cara a la eventual construcción política de lo que más adelante sería la Nueva España (pues, como lo apunta el también historiador Bernardo García Martínez en su obra “Gran Historia de México Ilustrada”, Vol. II, Planeta-CONACULTA-INAH, fue a partir de la resistencia al dominio o a la expansión mexica, que “Cortés se convertía en el interlocutor obligado”…. y “los españoles pudieron plantearse la desintegración del imperio mesoamericano y la conquista de su cabeza —Tenochtitlan— como una posibilidad real”). Por su parte, es en este contexto que, en su reciente intervención en la exposición de la Casa de México en España: “La mitad del mundo. La mujer en el México indígena”, José Manuel Albares Bueno, ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del gobierno de España, ha señalado: “también ha habido dolor, dolor e injusticia hacia los pueblos originarios a los que se dedica esta exposición. Hubo injusticia. Justo es reconocerlo hoy y justo es lamentarlo, porque ésa es, también, parte de nuestra historia compartida, y no podemos ni negarla ni olvidarla. Una historia que nuestros pueblos han ido tejiendo y a la que hoy, con esta exposición dedicada a la mujer indígena, rendimos homenaje”.
Pero no todo se reduce al dolor y a la injusticia, pues la propia Corona española y la Iglesia atemperaron estos males y desmanes. La primera, entre otras acciones, a través de principios de legalidad y normas de poblamiento. La segunda, entre una multiplicidad de iniciativas, mediante el tendido de puentes dialógicos en las personas de 12 franciscanos (llegados a México en 1524), encabezados por Fray Bernardino de Sahagún, con “cuatro viejos muy pláticos (de adecuada plática o expresión) y entendidos, ansí en su lengua, como en todas sus antigüedades”, conocidos como tlamatinime, diálogos compilados por el propio Fray Bernardino y sus colaboradores Antonio Valeriano de Azcapotzalco, Alonso Vegerano de Cuauhtitlán, Martín Jacobita y Andrés Leonardo de Tlatelolco bajo el título: “Coloquios y Doctrina Cristiana con que los 12 frailes de San Francisco, enviados por el papa Adriano VI y por el emperador Carlos V, convirtieron a los indios de la Nueva España, en lengua mexicana y española” (UNAM, Fundación de Investigaciones Sociales, A.C., con Prefacio y Advertencia, y Estudio Introductorio a cargo de Miguel León Portilla).
En nuestra próxima colaboración, abordaremos estos maravillosos “Colloquios”, una de las piedras angulares del mestizaje cultural y de la educación novohispana.
Maestro en Ciencias Jurídicas

