Trump ha dicho que los impuestos van: 25 por ciento de impuesto universal para México y Canadá, además del impuesto a China. Los productos que vienen de estos tres países (México, China y Canadá) son el 43 por ciento de todos los bienes que entran a EU.
Es decir, Trump es un filisteo (a nadie sorprende) que en Wharton no aprendió un gramo de economía, porque ese impuesto es un disparo en el pie. Pero ojo, así como aquello de que si a EU le da gripa a México le da neumonía, el disparo en el pie para EU es una granada en los intestinos para México. ¿Por qué? Porque el porcentaje del PIB que representa para nosotros el comercio con los gringos es mayor, 44.7 por ciento (significativamente mayor) que el porcentaje de su PIB que representa el comercio con nosotros, 2.9 por ciento. En resumen, ellos son más fuertes.
Parte de su plan es eliminar incluso la excepción a los paquetes con un valor menor a los 800 dólares, que por supuesto golpeará principalmente a empresas chinas como Temu y Shein, pero también a las pequeñas empresas mexicanas que empiezan a exportar.
Si se implementan los impuestos, en EU subirá el precio del gas, de la comida, y en general de todos los productos. Industrias clave, como la de manufactura, sufrirán algunas parálisis por el alza en costos, y la presión inflacionaria que va a generar su caprichito golpeará a todos los trabajadores que jura y perjura -como todo político deleznable, con buenas intenciones pero anegado en ignorancia- proteger.
Pero los impuestos no tienen que llegar para empezar el daño. La mera amenaza incrementa la incertidumbre, y a nadie le gusta la incertidumbre, en especial a los inversionistas. En situaciones inciertas no sabemos qué hacer. Bloomberg ya reporta empresas manufactureras poniendo en pausa cualquier proyecto para construir nuevas plantas o siquiera mejorar las existentes, al menos durante los próximos dos años, hasta que la situación se aclare. Esto ya es un daño. Esos recursos, que las empresas usarían para crecer, se quedan guardados. No se generan los empleos para la construcción de esas plantas, no se contratan nuevos empleados, y al final los consumidores no tienen más del producto que quieren. Todos perdemos.
Tomemos como ejemplo la manufactura de coches en América del Norte. Muchas autopartes cruzan las fronteras de los tres países varias veces antes de que el nuevo conductor pueda prender el motor. Imaginen que Trump, en efecto, hace realidad su amenaza y le pone un impuesto especial a este sector. Él cree que está protegiendo el mercado gringo, pero lo que está haciendo es destruir la cadena de suministro. En el corto plazo los consumidores en EU y México que quieran un nuevo coche van a sufrir, porque no habrá suficientes para todos, y muchos trabajos van a perderse, a ambos lados de la frontera, porque si la autoparte producida en EU tiene que viajar después a una planta mexicana, pero ahora ya no puede, la producción se para, y ¿qué empresa quiere pagar a un trabajador cuando el producto de su trabajo no se convierte en dinero?
Incluso si en el largo plazo (y eso es poco probable) las plantas automotrices que ahora operan en México se mudan a EU, sería una desgracia para los consumidores gringos, porque el precio sería mucho mayor, pues hay que cubrir los costos de mudanza y los mayores salarios que las empresas están obligadas a pagar en EU. Además, la mudanza no es inmediata, y los años que tome mover la producción suponen años en que no hay suficientes coches para todos los consumidores que desean uno, así que el precio incrementa aún más.
Y digo que eso es poco probable, por un lado, porque mover plantas automotrices y reordenar cadenas de suministro internacionales no es lo mismo que hacer dos huevos estrellados en la mañana, y, por otro lado, Trump es tan imbécil que actúa como si su gobierno hubiera comenzado en enero y tuviera como fin la eternidad, pero las empresas no actúan así.
Trump se va en 2029, y las empresas lo saben. Verbigracia, Audi empezó a construir su planta en Puebla en mayo de 2013 y la inauguró en septiembre de 2016: más de tres años. Sumémosle que el inicio de la construcción no es inmediato. Regresemos a Audi. Tomaron la decisión de construir la planta en 2011, pero empezaron a erigirla en 2013: dos años después. Así que, desde el momento de la decisión hasta la inauguración, pasaron cinco años. ¿Por qué Audi obedecería a Trump y empezaría a construir hoy una planta en Indiana que reemplace a la de Puebla, si en cinco años, 2030, ese filisteo racista ya no va a estar -gracias al señor santísimo todopoderoso que está en los cielos de la tierra- en el poder?
Audi lo haría, claro, si piensa que Trump va a convertirse en un dictador, o si tiene confianza en que otro filisteo de su talla va a sucederlo en el poder. Por el bien de todos, ustedes los que van a misa los domingos, recen para que no pase.