Quiero escribir a partir del último libro de Giorgio Agamben, Lo que he visto, oído y aprendido…( Adriana Hidalgo Editora, 2023). Recalco, escribir ‘a partir de’, no ‘sobre’. Y dado que quiero hablar de la obra de Agamben, pero solo he leído unos pocos de sus libros (entre las decenas que ha publicado), esta es una antireseña. Escribo para hablar de lo que no he leído, de un vacío.

Giorgio Agamben cumplió ochenta y dos años en dos mil veinticuatro y, por ende, a nadie sorprende que vea muchos finales cerca. Los finales no son nuevos entre sus preocupaciones, sin embargo. En un ensayo ya importante para pensar la poesía, Agamben dedicó toda su reflexión al final del poema, concluyendo que lo característico de un verso (su principium individuationis) es la posibilidad de que cualquier verso encuentre la continuación de su sentido en el siguiente, es decir, en la posibilidad del encabalgamiento. Incluso bautiza su caracterización: versura, una palabra latina que indica el punto en que el arado gira, marcando el final de un surco y el comienzo de uno nuevo, sin romper la continuidad entre ambos.

El final del poema -como se intitula su ensayo- se refiere al momento en que un poema termina, literalmente; estudiar lo que normalmente no se estudia en la poesía: cómo finaliza un poema, por qué termina donde termina, cómo funcionan los versos últimos. Pero también hace alusión al final como fin, es decir, como horizonte de aspiración, una reflexión sobre a dónde se dirige el poema, y en general, la poesía.

Agamben apunta -lúcidamente- que si lo característico del verso es la posibilidad de encabalgamiento el último verso, por definición, no es un verso. ¿Qué pasa con el último verso? Agamben dice que “colapsa en el silencio, en una caída interminable”. Entonces la poesía, en los casos particulares (cualquier poema específico) tanto como género de la lengua, se dirige, o mejor, cae, en un silencio inconmensurable, una especie de vacío.

En un libro de dos mil veinte, Cuando la casa se quema (Adriana Hidalgo Editora), el filósofo italiano reflexiona sobre el concepto de puerta para recordarnos que hemos olvidado pensar el umbral no solo “como un acceso, que conduce hacia otro sitio, ni simplemente como un ámbito, cuyo contorno puede ser recorrido”, sino como una “cosa en sí, un espacio que debe permanecer absolutamente vacío, una pura exterioridad”. Los umbrales que marcan nuestras vidas como otro vacío.

Lo mismo cuando cavila sobre el testimonio. Agamben dice que “el testimonio comienza cuando el sujeto del conocimiento enmudece”. Es por eso que el “testimonio es verdadero en la medida en que [quien lo enuncia] experimenta la imposibilidad de enunciar la verdad en una proposición”. Pensemos en Ayotzinapa como epítome de una tragedia. Ante la imposibilidad de acceder (al menos por ahora) a la verdad de lo que sucedió aquella noche, recurrimos a lo que dicen los sobrevivientes, quienes vieron algo, los que pueden hablar (otra vez, al menos en parte) por los asesinados. En el centro está un vacío, en este caso la ausencia de verdad.

En su último libro (digo esto también en sentido doble: su libro más reciente pero quizá también el último que publique) Agamben regresa a ese vacío, ya no para caracterizar un concepto, sino para explicar todo su recorrido por el pensamiento. Parte de una anécdota: ya adulto, su madre le da a leer un texto infantil en el que él reconoce la esencia de todo su proyecto filosófico. Agamben se aleja de ese papel casi con repugnancia, pues ve en esas líneas la expresión que lo que había querido decir toda su vida sin éxito.

Ese texto se pierde, y “el único recuerdo que [le] queda de ese escrito es que era algo así como un vacío central”. Un vacío, nuevamente, en sentido doble: una preocupación por el vacío en sí, pero también vacío lo que se produjo en Agamben cuando creció, olvidó lo que había escrito en ese trozo de papel, y dedicó el resto de su vida a intentar llenarlo; el vacío como disparador del pensamiento.

Entonces con Agamben podemos pensar un nuevo ensayo, el fin de la filosofía, que se pregunte, al mismo tiempo, por aquello que determina el final como término de un proyecto filosófico (un vacío, definitivamente, el que dejará Agamben cuando deje de publicar, sea cual sea la razón), y por el final como fin de toda empresa filosófica: la exploración de un vacío irremediable, exploración que, inexorablemente, requiere lanzarse al vacío, porque como Agamben explica, “quien piensa ante todo experimenta un afuera y una exterioridad”, que no es otra cosa que decir que pensar es entrar en el abismo.

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