La muerte de la jueza estadounidense Ruth Bader Ginsburg, una mujer de pequeña talla física pero de enorme estatura histórica por lo que significó su defensa de los derechos de las mujeres y de las libertades civiles en Estados Unidos, es una desgracia. Pero además, es una desgracia, envuelta en un desastre, dentro de una tragedia. Parafraseando la máxima de Churchill sobre Rusia (“es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma”).

En este año, a la desgracia de la crisis sanitaria global y del pésimo manejo que le ha dado el presidente Trump, se han sumado las manifestaciones contra el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía en contra de ciudadanos afroamericanos, un malestar social que el presidente estadounidense no ha hecho más que atizar. Aunado a ello, en medio del sprint final de la elección presidencial, Estados Unidos vive un clima de creciente polarización social, y es en este complicado contexto que se da la trágica muerte de Ruth Bader Ginsburg quien, con su partida, deja -además de un enorme vacío en un mundo carente de liderazgos- una vacante en la Suprema Corte de Justicia por la cual presenciaremos una encarnizada batalla.

Hace más de 150 años, el diplomático e historiador francés, Alexis de Tocqueville, señaló “Prácticamente no hay cuestión política que surja en los Estados Unidos que no termine por convertirse, tarde que temprano, en una cuestión judicial.” La historia ha demostrado que al estudioso de la democracia no le faltaba razón. La Suprema Corte es piedra angular de la vida pública estadounidense, ha jugado un papel central en decisiones en temas tan variados como el sistema de seguridad social, la pena de muerte, el aborto, la portación de armas, los derechos de las minorías y la migración, pero además no se ha escapado de tomar decisiones eminentemente políticas como fue el caso de Estados Unidos v. Nixon en 1974, que desencadenó la renuncia de Nixon a la Casa Blanca, o como la definición sobre la controversia respecto al recuento de votos en Florida en la elección presidencial del año 2000 entre el republicano George Bush y el demócrata Al Gore.

La Suprema Corte de los Estados Unidos, compuesta por nueve jueces nombrados por el presidente y ratificados por el Senado, contaba hasta el viernes pasado con cuatro jueces de corte liberal y cinco conservadores. Trump declaró este fin de semana que antes del 29 de septiembre, anunciará su nominación para la vacante, y el líder de la mayoría en el Senado, el republicano Mitch McConell, ha dicho que someterá cuanto antes la propuesta presidencial a votación. Si Trump y la escasa mayoría republicana en la cámara alta logran, a pesar de ir en contra de la voluntad expresada por la jueza Ginsburg en su lecho de muerte, nombrar a su sucesor ya sea antes del 3 de noviembre o en el periodo entre la elección y la toma de protesta de la próxima legislatura en enero de 2021, es probable que de resultar electo Biden y obtener mayoría demócrata en el Senado se busque ampliar el número de jueces de la Suprema Corte a fin de neutralizar el efecto de esta nominación hecha al vapor. Pero de no ser así, la Suprema Corte de Justicia tendría una composición eminentemente conservadora y decisiones de enorme impacto para las futuras generaciones de estadounidenses se alinearían con esa visión.

De acuerdo a una reciente encuesta realizada por el Pew Hispanic Center el tema de las designaciones a la Suprema Corte de Justicia es la tercera prioridad entre los votantes registrados para la elección presidencial de este año. Joe Biden ha centrado sus críticas a Trump en el mal manejo de la pandemia, tema del cual el multimillonario difícilmente puede salir bien librado, pero ahora se abre un nuevo frente de batalla del cual no es sencillo predecir el impacto.

A pesar de que Biden mantiene una ventaja de entre 7 y 10 puntos porcentuales por encima de Trump en las encuestas nacionales, las encuestas en los estados bisagra, que serán los que definirán la elección, le dan una ventaja mucho más estrecha al candidato demócrata. Una pequeña variación en las preferencias de los votantes en estos estados clave pueda generar un resultado electoral diferente.

Los cambiantes escenarios y la vocación de saltimbanqui de quien hoy ocupa la oficina oval, no hacen fácil anticipar lo que sucederá en las próximas semanas. Solamente algo es seguro, sin importar cuales sean los resultados de la elección del 3 de noviembre, Trump se declarará vencedor. Para un hombre de lectura binaria, que ve el mundo dividido entre ganadores y perdedores, no hay espacio para asumirse como nada que no sea un ganador. De no ser favorecido por el voto, el magnate cuestionará la legalidad de la elección y si se tratase de un pequeño margen de diferencia buscaría llevar el resultado al ámbito judicial. Ante esta eventualidad, ambas campañas se preparan ya para un escenario que culminaría en una lucha judicial, en la cual la composición de la Suprema Corte podría terminar por definir el futuro de la presidencia de los Estados Unidos.

@B_Estefan

Google News

TEMAS RELACIONADOS