El viaje del presidente López Obrador a Washington D.C. salió bien. Cumplió su propósito, sin incidentes engorrosos qué lamentar como los que el presidente Donald Trump ha protagonizado en otras ocasiones. La visita mandó un mensaje de entendimiento y diálogo entre los dos mandatarios.

Resulta ocioso discutir quién se benefició más. Los dos salieron ganando. A Trump le vino bien la visita como parte de su estrategia de posicionamiento para conseguir la reelección. A López Obrador le sirvió para buscar el restablecimiento de la confianza en la economía mexicana, una de las que saldrán peor libradas de la crisis provocada por la pandemia del Covid-19.

Al final del día, la firma del nuevo tratado comercial entre México, E.U. y Canadá, rebautizado como T-MEC, representa un logro compartido. Trump puede presumir ante los electores de E.U. sus credenciales de político hábil, que cumplió su promesa de renegociar el TLCAN, al que durante la campaña a la presidencia llamó el “peor trato comercial en la historia de los tratos comerciales”.

López Obrador, por su parte, aprovechó la visita para mostrar una faceta que cultivó con éxito durante la pasada campaña presidencial y de la que se ha olvidado desde que ganó la elección; la del político prudente, capaz de deshacerse de sus viejos prejuicios, como el que largo tiempo sostuvo contra el libre comercio, y dispuesto a preservar una institución que ha probado su capacidad de generar crecimiento económico.

Sin embargo, lo logrado con el viaje a Washington D.C. de poco servirá si continúa la crisis de confianza entre los inversionistas que el propio gobierno de López Obrador desató con la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México y que se ha venido exacerbando con el paso del tiempo. El nuevo tratado comercial seguirá sin dar sus frutos durante el actual gobierno mientras este ingrediente secreto de la prosperidad brille por su ausencia.

Como todo problema, el primer paso para resolver la crisis de desconfianza entre los inversionistas es reconocerla. El gobierno de López Obrador, sin embargo, la niega. Trata las malas noticias en materia económica como parte una conspiración “conservadora” en contra de su gobierno.

Pero las cifras están ahí para quien quiera verlas. La inversión fija bruta, un indicador que genera mensualmente el INEGI, la confirma. Mide los gastos en maquinaria y equipo nacional o importado, así como la construcción, que realizan los negocios. Representa la adquisición de bienes utilizados en el proceso productivo por más de un año.

El índice desestacionalizado de inversión fija bruta, que en julio de 2018 llegó a su máximo histórico de 111.8, en marzo de 2020 había caído a 94.0. Un desplome acumulado de casi 16 % en un periodo de siete trimestres consecutivos. Justo antes de que la pandemia del Covid-19 empezara a azotar a México y pusiera a la economía en coma, la inversión ya había tenido una caída comparable a la que sufrió durante la Crisis Financiera Global en 2009.

Ciertamente, a partir de abril de 2020 la inversión fija bruta sufrió un desplome escalofriante y todavía no hemos tocado fondo. Sin embargo, cuando el presidente López Obrador decía “tan bien que íbamos y se nos presenta la pandemia”, simplemente cerraba los ojos ante la realidad. La crisis de confianza estaba ya en su momento más álgido cuando la curva de contagios de Covid-19 apenas empezó a levantar.

La caída de la inversión tiene su causa en las acciones del gobierno de López Obrador, no es resultado de los ciclos naturales del mercado. Todavía en 2019 la economía de E.U., nuestro socio comercial más importante, continuaba con una vigorosa expansión que México no aprovechó. La crisis de confianza fue resultado de decisiones basadas en una visión ideológica que llevó al gobierno a repudiar el pasado “neoliberal” y a buscar la demolición de su herencia maldita.

Las decisiones de inspiración nihilista lo llevaron a parar proyectos de inversión públicos y privados sin importar el grado de avance en su ejecución; a rechazar obligaciones y desconocer compromisos adquiridos legalmente en el pasado; a buscar la destrucción de situaciones jurídicas consolidadas bajo el imperio de la ley vigente en ese momento. El resultado ha sido incertidumbre jurídica y desconfianza; una fórmula que paraliza la innovación y los proyectos que generan valor económico a la sociedad.

López Obrador ha mostrado en su relación con Trump la capacidad de entenderse con quienes piensan diferente en aras de conseguir resultados. Este atributo, propio de los políticos prudentes, debería aplicarlo al propósito de iniciar la reconstrucción de la economía mexicana, que hoy en día se cae a pedazos. De otra manera, pasará a la historia como una triste figura quijotesca; un jefe de Estado que viaja en vuelo comercial como símbolo de austeridad, pero sin la habilidad de resolver problemas y conseguir resultados.

Profesor de la División Estudios Políticos del CIDE

Google News

TEMAS RELACIONADOS