Desde el inicio de su gestión al frente de la Administración Pública Federal, el presidente López Obrador ha tenido las posibilidades de convocar a un gran Acuerdo Nacional. Pero la perspectiva de muchos de quienes le acompañaron a obtener el triunfo electoral, en ningún momento ha sido esa. Para ellos, el volumen de la votación emitida, y la existencia de mayorías en el Senado y la Cámara de Diputados, acreditaban de manera suficiente que tenían el apoyo necesario para trabajar exclusivamente en torno al Proyecto denominado de la 4T. Con una visión democrática de los 60 y 70 del siglo XX, en la que las mayorías tienen el “derecho” a imponer sus criterios a otros grupos de la sociedad, sin valorar ni incorporar las expresiones de las minorías, y, en muchas ocasiones sin aquilatar ni respetar el marco jurídico vigente, esta visión fue obnubilando la capacidad de tener un análisis más profundo, para comprender a una sociedad tan compleja y diversa como la mexicana, y valorar la importancia de actuar consiguiendo el mas amplio consenso y no solo la aceptación de los ya simpatizantes.
Hubo algunas llamadas de alerta:
La evidente ineficacia de la Estrategia de Seguridad Pública ponía sobre la mesa la necesidad de un diálogo nacional en materia de seguridad, que permitiera aportaciones, revisiones sensatas y la generación de nuevos acuerdos para una estrategia funcional, que diese respuesta al reclamo de la sociedad mexicana, para superar los graves niveles de inseguridad.
Incluso, en los discursos con motivo del Primer Informe de Gobierno, en sesión del Congreso de la Unión, a nombre del grupo del PRI en el Senado, expresé nuestra disposición a participar en un Gran Pacto Nacional en favor de la seguridad.
No hubo respuesta alguna.
Otro momento crítico fue la renuncia del anterior secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, y el texto de la carta que envió al Ejecutivo explicando sus motivos. Se reflejaba allí, de manera dramática, esta incapacidad de escuchar y de rectificar, aunque hubiese opiniones encontradas en el propio equipo de gobierno. Ese hubiera sido un buen momento para convocar a una revisión de la Estrategia Económica.
Los resultados en torno a la economía nacional, y el hecho de que ninguna de las predicciones de crecimiento fuesen acertadas –del 4% al 2%, del 2% al 0%– también abrieron una oportunidad para convocar al conjunto de factores que inciden en la economía del país, y a las fuerzas políticas para procurar mejores horizontes.
La baja en los precios del petróleo, la contracción de la recaudación pública… son muchos aspectos que, si existiera disposición autocrítica, o una mayor objetividad, debieron provocar un breve alto en el camino, para reflexionar otras opciones, para mitigar algunas posiciones y no volverlas inamovibles.
Ahora, ante la pandemia del Coronavirus, muchos sectores, diversos grupos sociales, organizaciones de la más distinta naturaleza, han propuesto un ACUERDO NACIONAL ante la emergencia, ante los dolorosos estragos que la epidemia está causando en la salud y la economía de los mexicanos.
La presentación del discurso presidencial, del pasado domingo 5 de abril, generó , en muchos, expectativas de que se escucharía una convocatoria de suma, de que se invitaría a todos los grupos y sectores a participar en armonía para que la difícil situación por la que atraviesa el país, no condujese a una gravísima caída a un precipicio del que será difícil salir.
Pero no fue así. Fue, tristemente, otra oportunidad perdida.
Convocar al diálogo y a la suma de voluntades no significa renunciar a las ideas propias. Es desarrollar la capacidad de escuchar para contrastar puntos de vista, para recoger otras opiniones, para mejorar.
Un Acuerdo Nacional, con todos, parecería una mejor manera de enfrentar la emergencia.
Los demócratas seguiremos insistiendo en que una estrategia de inclusión es mas pertinente que actuar con la visión del pensamiento único.
México es de todos, no solo de quienes simpatizan con la corriente que se representa. Y México, en estos momentos, a todos necesita.
Senadora de la República
