No he logrado sacar de mi cabeza la imagen de ciudadanos agrediendo a ciudadanos en esa manifestación del sábado, convocada presuntamente por un grupo identificado como Generación Z. ¿En qué momento los policías de la Ciudad de México albergaron tanto odio, tanta deshumanización para golpear así a personas que ya estaban sometidas —muchas de ellas inocentes de cualquier agresión—? ¿Cuándo esos mismos policías se volvieron carne de cañón para aquellos que buscan acallar las voces que exigen justicia? “Contención” no puede seguir siendo sinónimo de “represión”, ni “manifestación” de “violencia”.
En esa Plaza de la Constitución vimos puro dolor, todo causado por esa misma violencia que nos está consumiendo. Y esta, la marcha del sábado, fue un intento por renacer.
Señora Raquel, me duele que a sus 90 años llore la muerte de su nieto, Carlos Manzo. La vimos en su silla de ruedas en la capital del país exigiendo justicia por el niño, por su niño, asesinado en Uruapan. A 20 días de su ejecución, solo hay un detenido; Jorge Armando “N”, alias “El Licenciado”, uno de los autores intelectuales, dicen las autoridades. Pero usted quiere que investiguen a los políticos que querían quitarlo de en medio. Se quedó esperando a su nieto aquella noche de Día de Muertos: “Yo estaba cerca, y yo decía: ¿por qué no viene, si quedamos de vernos? Cuando me dijeron —que fue asesinado—, me empezó a temblar todo el cuerpo”.
Señor Gustavo, usted no ha dejado de llorar por su hijo Abraham, desaparecido hace un año y medio en Monterrey, Nuevo León. “No voy a descansar hasta encontrar a mi hijo. Yo le pido a la gente de Monterrey que me diga dónde está, si lo han visto, aunque sea anónimo, que me digan. No importa, aunque sea un huesito, que me regresen a mi hijo. Ha sido mucho tiempo con este dolor”, repitió usted en el Zócalo, luego de habérselo pedido a la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, hace seis meses. “Aunque sea, entréguenme un huesito, un huesito para tenerlo conmigo… aunque sea un huesito que nos digan, para darle cristiana sepultura. No queremos guerra, no queremos violencia, queremos amor, porque creemos en ustedes”, suplicó.
Adrián, Julián, los Lebarón también estuvieron ahí pidiendo justicia, como no lo han dejado de hacer ni un solo día por sus nueve familiares asesinados, calcinados, entre ellos seis niños, bebés. “Yo marché ayer, no soy joven, soy un padre que tuvo que recoger con las manos las cenizas de lo que unos sicarios me dejaron de mi hija; también soy el abuelo que se quedó imaginando cómo crecerían mis nietos y les tuve que dejar guardados todos los abrazos”. Yo también pensé que cuando calcinaron a esos bebés el país iba a detenerse, a indignarse. No fue así. También como sociedad te hemos fallado, Adrián.
Javier Sicilia, el poeta. Recuerdo la primera vez que te entrevisté y al final te abracé, y en ese abrazo sentí tu dolor, pero también tu amor a México. Marchaste también con 14 años acumulados de dolor desde que mataron a tu hijo, Juan Francisco, junto con sus amigos. Siete vidas literalmente asfixiadas.
El bloque negro, los reventadores, las diferencias políticas no pueden oscurecer el dolor y la exigencia de justicia de estas y miles de víctimas más. Gracias a ellas por mantenerse en pie y por pensar, luchar y exigir que en este país algún día podamos vivir en paz.
@azucenau

