El presidente de Estados Unidos no quiere a México, no siente ninguna conexión, no ve ni quiere ver ningún reflejo de nuestra cultura en la suya. Trump ha puesto a nuestro país en la primera línea de torpedeo, como si se tratase de un enemigo y no de su vecino y socio comercial. Lo que debemos entender es que Donald Trump no quiere a nadie ni le importa mantener el statu quo de la política, porque Donald Trump solo quiere a Donald Trump, y por ello la relación con el expresidente Andrés Manuel López Obrador —a quien el estadounidense llamaba “Juan Trump”, según el exsecretario de Economía Ildefonso Guajardo— no fue tan agresiva, pues era reflejo de su propia personalidad. Sabían cómo tratarse el uno al otro (mismo culto a sí mismos y la coincidencia de no escuchar a nadie más). Trump, al igual que López Obrador, hizo una larga, larguísima campaña, lo que le permitió, al igual que al mexicano, cimentar un movimiento que poco a poco fue creciendo hasta arrasar en las elecciones, dejando congelados a sus adversarios.

¿Queremos encontrar alguna lógica al tratar a este tipo de personajes? Trump se siente tan poderoso que piensa que Dios lo salvó de morir durante el atentado que sufrió en julio de 2024, para que, a su vez, él salvara a Estados Unidos. López Obrador, por otro lado, estaba seguro de que con un “detente” y otras “estampitas” religiosas evitaría contagiarse de Covid.

Mary Trump, sobrina del magnate, lo señala como un hombre que tiene comportamientos retorcidos, entre ellos, ver a las personas en términos monetarios y hacer del engaño su forma de vida. El hermano de Mary, Fred Trump —ambos hijos del hermano mayor del republicano, quien murió víctima del alcoholismo—, acusó en una entrevista que su tío los dejó fuera del testamento del abuelo en un momento en que atravesaba por una de sus crisis financieras. “Donald es un tipo loco a nivel atómico”, sentenció.

No hay sorpresas. En 2019, durante su primer mandato, Donald Trump publicó su primer tuit en español, donde posteó una imagen con la leyenda: “No más. No más falso asilo. No más ‘detener y soltar’. No más entrada ilegal en Estados Unidos”. Hoy, de vuelta en el poder, desactivó por completo las redes sociales y el sitio web en español de la Casa Blanca, satanizando un idioma que —aparentemente— aborrece.

El reconocido psiquiatra Enrique Camarena Robles —presidente de la Asociación Ibero-Latinoamericana de Neurociencias y Psiquiatría, con 40 años de trayectoria— me dijo que Donald Trump “tiene un trastorno narcisista de la personalidad con rasgos paranoides”, es decir, es desconfiado en extremo, por lo que constantemente se siente perseguido o víctima de una conspiración. Se considera superior al resto de las personas, pero amable con quien tiene poder. Es frío, exigente y agresivo. “Un narcisista es un hombre que siempre busca la admiración de los demás de forma insistente y persistente, cueste lo que cueste. Busca la admiración y los reflectores de quienes lo acompañan dentro del entorno donde se desenvuelve. Generalmente tienen poca empatía, pues sus objetivos siempre están dirigidos a lograr lo que quiere, menospreciando las necesidades del otro".

"Su autocrítica es pobre y es extremadamente sensible a la crítica externa, generalmente negando cualquier argumento en contra de su forma de pensar”. Trump —agregó el doctor Camarena— es producto de un padre rígido, severo y ausente; "muy parecido a lo que pasaba con el padre de Hitler”, y añade que tener todo el poder potencia su personalidad narcisista y lo vuelve más peligroso. Además, como sucedió con Hitler, Trump sufrió un atentado en el que salvó su vida, acrecentando con ello su paranoia. “Megalómano, como Iósif Stalin o Vladimir Putin, quienes tuvieron infancias infelices, con traumas que usaron a su favor para desarrollar una personalidad exitosa y relevante”.

Trump está acostumbrado a salirse con la suya. No sería descabellado consultar a profesionales de la salud para acercarse a este tipo de personalidades, pues en México él ve a una de sus principales amenazas.

Enfrentar a este tipo de figuras requiere no solo diplomacia, sino también fortaleza, unidad y una visión clara de lo que está en juego. La presidenta, Claudia Sheinbaum, deberá demostrar que México no se doblega ante las amenazas externas, pero también que sabe cómo proteger y defender nuestros intereses sin caer en provocaciones.

@azucenau

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