¿Recuerdas qué ropa vestía tu hijo al salir de casa hoy? ¿Cómo estaba vestida tu hermana el día que se despidió de ti? ¿Tu padre llevaba tenis o zapatos?, ¿llevaba gorra, mochila? Es probable que la mayoría no lo recordemos, ¿verdad? Salvo que hayamos capturado aquel último momento con una imagen en el celular, recordarlo podría ser muy difícil.
Eso, la memoria, es hoy el único recurso para quienes buscan a algún ser querido, porque la autoridad no ha sido capaz de dar cierre a su dolor. Recordar, recordar, recordar.
En la conferencia del fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero, no encontramos respuestas ante el horror que se vive en Jalisco —hoy con epicentro en Teuchitlán, en el rancho Izaguirre—, pero sí confirmó lo que los ciudadanos hemos sabido y padecido durante años: la relación entre el gobierno y el crimen organizado.
Gertz Manero fue cuidadoso al no tocar al gobierno federal o al estatal; ni a Andrés Manuel López Obrador, de Morena; ni a Enrique Peña Nieto, del PRI; ni al enemigo favorito del sexenio pasado: Felipe Calderón, del PAN. Tampoco mencionó a los gobernadores Emilio González Márquez, del PAN; al asesinado Aristóteles Sandoval, del PRI; ni a Enrique Alfaro, de Movimiento Ciudadano —quien en este momento estudia en Países Bajos para ser entrenador de futbol.
Durante estos gobiernos, ese rancho mutó hasta convertirse en el infierno. ¿Nunca lo supieron? Difícil de creer, pues además estuvo la Guardia Nacional en septiembre pasado. “Inadmisible”, como dice el propio fiscal.
El eslabón más débil son los gobiernos municipales, aunque no por eso inimputables: del PAN, Armando Andrade Gutiérrez; de Morena, José Alejandro Arreola Soto, y de Movimiento Ciudadano, José Ascención Murguía Santiago —abanderado primero por el PRD obradorista.
Lo que sí hizo Gertz fue acusar a la fiscalía de Jalisco, en ese entonces encabezada por Luis Joaquín Méndez Ruiz, de 13 omisiones procesales en el rancho Izaguirre. ¿Por negligencia o colusión con el crimen? Dice que aún no puede asegurar —ni descartar— nada.
En Jalisco, el dolor de las familias de los desaparecidos y asesinados es una herida abierta que no puede seguirse ignorando. No son solo cifras en un informe, ni estadísticas que se diluyen con el tiempo o que pueden manipularse al antojo del gobierno en turno. Son personas, familias, niños, estudiantes, padres y madres que, buscando un futuro mejor, se encontraron con un sistema que los traicionó.
Basta ya de discursos vacíos y de evasivas. Basta de que los políticos cierren los ojos ante una realidad que grita en las calles, y que, además, cuestionen a las víctimas; como si el dolor de un pueblo pudiera debatirse. México no puede seguir siendo un país donde el silencio oficial pesa más que las voces que exigen justicia.
La empatía es la llave que nos permite entender este sufrimiento, no como algo ajeno, sino como una herida compartida. No basta con saber que hay dolor; hay que sentirlo como propio. La empatía es la chispa que enciende la indignación y la convierte en acción. Es la que nos obliga a alzar la voz por los que han sido silenciados y a no permitir que sus nombres se pierdan en el olvido. En tiempos donde la violencia arranca vidas, y la desaparición de personas en Teuchitlán se suma a una lista que nunca debería haber existido, la empatía es un acto de resistencia.
Resistir es no acostumbrarnos al horror. Resistir es no normalizar la ausencia. Resistir es exigir justicia con la convicción de que otro México es posible. Elijo pensar que este gobierno nos tratará con dignidad y dirá la verdad de lo sucedido en ese sórdido lugar.
Paz para las víctimas y castigo a los responsables. No debería ser tan complicado.
@azucenau