Hablé dos veces con Bernardo Bravo, presidente de la Asociación de Citricultores del Valle de Apatzingán, e incontables veces lo hice con Hipólito Mora, exlíder y fundador de las autodefensas en Michoacán. Ambos eran limoneros, ambos denunciaron constantemente a criminales que los extorsionaban. A ambos los mataron.

A Hipólito, quien vivió amenazado, le mataron a su hijo mayor. Nueve años después lo mataron a él. Era un 29 de junio de 2023 cuando lo emboscaron a balazos junto a sus escoltas, para luego prenderle fuego a su vehículo en la comunidad de La Ruana. Así, entre las llamas, se extinguió la vida del hombre que sepultó a su hijo, que sobrevivió a varios atentados, denunció relaciones entre criminales y autoridades; el hombre que sabía que tarde o temprano lo iban a matar, porque el Estado no supo protegerlo ni luchar contra los criminales.

El 19 de octubre, dos años y tres meses después de su asesinato, mataron a Bernardo Bravo. El empresario, de apenas 41 años de edad, había perdido a su padre, Bernardo Bravo Valencia, quien en 2016 fue secuestrado, torturado y asesinado cuando salía de su rancho en la comunidad de Cenobio Moreno, donde su hijo actualmente tenía huertas de limón, las cuales fueron parcialmente destruidas en noviembre. “Don Berna” y su hijo sufrieron el mismo destino a manos de los mismos criminales que hoy evidencian la ingobernabilidad en Michoacán.

La extorsión mantiene un crecimiento a nivel nacional del 20.8 por ciento, de acuerdo con el corte más reciente del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, y Michoacán no es la excepción.

“Que mi muerte no sea en vano”, escribió Hipólito Mora en una carta que pidió publicar cuando lo mataran. "Lo dije en muchas ocasiones, sabía que este día llegaría, lo dije: ‘me voy a morir peleando’, solo quiero que mi muerte no sea en vano. Yo nunca acepté sobornos ni intimidaciones, luché sin recibir nada a cambio más que el cariño de la gente… yo ya estaré con mi hijo Manolo y le diré a la muerte ‘¿dónde estabas? ¿por qué me huías tanto?’”.

La última vez que hablé con Bernardo, dos semanas antes de su muerte, denunció —dando un voto de confianza a las autoridades—: “Es un secuestro comercial permanente el que vivimos por parte del crimen organizado en contra de cualquier actividad comercial. Simplemente que la autoridad haga su trabajo… Nosotros creemos en un país con instituciones sólidas, instituciones fuertes”. Su último mensaje en redes sociales fue el 18 de octubre: “Pedimos sensibilidad por toda la crueldad que estamos viviendo los limoneros del Valle de Apatzingán.”

Su cuerpo fue hallado menos de 24 horas después; vulnerado, lacerado, convertido en el significante de la impunidad y facilidad con la que operan los grupos delictivos en Tierra Caliente.

Los limoneros tienen miedo, el silencio es su única protección ante la incapacidad, colusión, negligencia e indiferencia de las autoridades. En realidad, todos tenemos miedo, mucho miedo.

¿Hasta cuándo nos vamos a indignar?, ¿hasta cuándo nos va a doler?, ¿hasta cuándo vamos a actuar?

@azucenau

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