En México, la corrupción, la violencia y las trampas electorales no se esconden: desfilan frente a nuestros ojos todos los días. Lo que sobran son políticos y funcionarios que se aferran a una ceguera selectiva: ven el presupuesto, ven la foto, ven la encuesta, pero no ven a los muertos, no ven a los desaparecidos ni la mugre que sostiene su poder. No es que no puedan ver: es que no quieren. Y esa ceguera voluntaria —tan cómoda como rentable— es el combustible que alimenta la impunidad.
Ahora mismo, mientras escribo, tengo sobre la mesa un acordeón que me fue entregado antes de la elección del Poder Judicial, pero dudo que sea real. Lo toco: ahí está, con sus filitas de nombres que, tal como prometía el papel, resultaron ganadores para algún puesto clave. Pero el Tribunal acaba de concluir que no hay pruebas suficientes para investigar la famosa “operación acordeón”. Me aferro a la realidad: está aquí, frente a mis ojos.
En el sexenio pasado, el presidente aseguró que no investigarían a Enrique Peña Nieto; sin embargo, hace unos días, el fiscal Alejandro Gertz Manero dijo que sí. Que lo publicado por un periódico israelí era suficiente para abrir una carpeta. ¡Bien! Pero entonces, ¿por qué no abren una investigación contra los hijos de López Obrador? Porque también he visto contratos, he escuchado audios, he revisado, con atención, las investigaciones que señalan abuso de poder y tráfico de influencias. ¿Ceguera selectiva? Insisto: me aferro a la verdad y a los hechos.
¿Me lo imaginé o sí sucedió? Una larga fila de vagones de ferrocarril cargados de combustible robado. Pero juro que recuerdo haber escuchado a López Obrador decir: “Se acabó”. Todo es tan confuso.
Y mientras tanto, algunos personajes critican la hegemonía de Morena aunque fueron entusiastas constructores del PRI opresor; otros, que antes gritaban a favor de la libertad y la democracia, hoy se comportan como pequeños y peligrosos dictadores.
¡Ciegos ellos, pero no nosotros! La ceguera del poder se sostiene mientras la sociedad acepte vivir en penumbras. El día que decidamos abrir bien los ojos —y sostener la mirada— quizá empiecen a temblar los que hoy se sienten intocables. Hasta entonces, seguirán tapándose la cara, repartiéndose los acordeones, heredándose la corrupción… y fingiendo que nada pasa, mientras pasa todo.
@azucenau