Por Carlos Corral Serrano

Vivimos una transición irreversible hacia la globalización económica y tecnológica. Como advertía hace más de treinta años Roque González Escamilla en su ensayo “El Desarrollo Urbano y el TLC”, el verdadero reto para México no está únicamente en firmar tratados, sino en garantizar que nuestras ciudades funcionen como verdaderas plataformas de competitividad. Hoy, esa advertencia es más vigente que nunca.

La ciudad —como medio de producción— ha sido subestimada en su capacidad para sostener la economía nacional. No es posible competir globalmente si el obrero gasta tres horas en traslados, si la vivienda está mal localizada o si los servicios son ineficientes y fragmentados. La globalización implica competencia económica, y el 90% del PIB se genera en las ciudades. Por ello, el desarrollo urbano no puede seguir siendo el eslabón rezagado: debe ser el punto de partida.

La experiencia reciente ha evidenciado una vulnerabilidad crítica: la excesiva dependencia de nuestras exportaciones hacia un solo mercado. Las guerras comerciales, la relocalización de cadenas productivas (nearshoring) y los riesgos climáticos demandan una nueva estrategia territorial, no solo económica. Como lo señala el documento “Redefinir el Territorio para Competir”, el debate sobre la competitividad mexicana se ha desplazado del plano comercial al territorial.

En ese contexto, el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT) y el puerto de Lázaro Cárdenas emergen como respuestas estructurales a los retos de largo plazo. Este enclave logístico de clase mundial, vinculado a la región de La Unión, Guerrero, no solo facilita la interconexión entre el Pacífico y el Atlántico vía tren y cabotaje, sino que representa la posibilidad real de equilibrar el desarrollo económico del país y reducir la presión sobre las metrópolis del norte y centro.

Lázaro Cárdenas y La Unión: nuevo epicentro territorial

En esta región se conjugan infraestructura global, vocaciones industriales y desafíos sociales. Es una zona productiva pero fragmentada, donde el reto no es solo atraer inversiones, sino lograr que el desarrollo sea resiliente, incluyente y ambientalmente sostenible. La estrategia diseñada por la Comisión del Río Balsas incorpora tanto infraestructura física como transformación institucional, participación social y gobernanza metropolitana.

La región puede liderar una nueva etapa de urbanismo estratégico que no solo responda al crecimiento, sino que lo conduzca racionalmente, desde una lógica nacional y no solo local. Planificar bien en Lázaro Cárdenas es preparar al país para competir durante las próximas dos décadas.

De la descentralización a la reorganización del territorio

González Escamilla planteaba que para que México fuera competitivo, debía descentralizar el crecimiento urbano con criterios de eficiencia. Hoy, esa idea se transforma en una agenda más ambiciosa: redefinir el territorio con base en sus ventajas comparativas, sus capacidades institucionales y su potencial logístico.

Ya no basta con desconcentrar por razones demográficas. Se requiere territorializar la inversión pública y privada con visión estratégica. No hay soberanía económica sin soberanía territorial. El suelo bien planeado es la nueva infraestructura productiva.

No hay tratados exitosos sin ciudades funcionales.

No hay reindustrialización sin planeación urbana.

No hay soberanía sin infraestructura logística y social.

El urbanismo estratégico es la base del nuevo modelo económico mexicano.

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