En 1942, con la victoria británica sobre el ejército alemán en la batalla de El Alamein en el norte de África en mano, Winston Churchill buscó alentar a una nación que había estado peleando sola contra la Alemania nazi desde 1940 y de paso enviar una señal de confianza al mundo en un momento que probaría ser un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial: “Esto no es el fin. Ni siquiera es el principio del fin. Pero, posiblemente, sea quizá el fin del principio", precisó. Una serie de ataques en múltiples puntos del frente al sur de Ucrania el 6 de junio marcan el inicio de la tan esperada contraofensiva de Kiev, un momento crítico en una guerra de agresión iniciada por Moscú hace casi 16 meses y que hoy muchas capitales alrededor del mundo observan esperanzadas de que pudiese constituir el inicio del repliegue de la expansión rusa en el territorio de una nación soberana e independiente.
Al lanzar esta contraofensiva planeada desde hace meses, Ucrania da un paso decisivo para buscar expulsar a las fuerzas rusas de su suelo. Aún es muy temprano y hay mucho que no sabemos acerca de lo que ocurrirá en el campo de batalla, pero sí que hay un baremo simple que deberá ser franqueado por Kiev: los ucranianos necesitan demostrar que tienen con qué hacer retroceder a los invasores rusos, utilizando el equipamiento y entrenamiento que Europa y Estados Unidos les han suministrado. Pero de arranque, la confusión y las respectivas narrativas contrapunteadas ucraniana y rusa reinarán en un momento como este; además, hay que recordar el axioma de que en toda acción bélica los primeros informes nunca son tan buenos o tan malos como parecen. Considero que los ucranianos pueden ganar esta fase de la contraofensiva. Pero también es probable que el verano sea largo y difícil, y no podremos juzgar qué tan exitosa y determinante ha sido hasta que hayan transcurrido varias semanas.
Dicho esto, aquí hay algunos puntos a tener en cuenta en esta primera fase. Primero, lo sabremos cuando lo veamos. Si bien la contraofensiva ya inició, parece que el ataque principal y frontal no se ha dado aún. Sabremos que está en curso cuando veamos grandes formaciones de fuerzas blindadas en el campo de batalla: dos o tres brigadas blindadas desplegadas y atacando como punta de lanza en una misma dirección. El estado mayor ucraniano querrá mantener a los rusos adivinando durante el mayor tiempo posible dónde tendrá lugar. Hasta el momento, parece que todavía está tanteando las vulnerabilidades a explotar a lo largo del frente ruso, reforzando sus éxitos tácticos locales. Segundo, habrá que observar las líneas rusas. Esta es una guerra que se parece mucho al combate de trincheras de la Primera Guerra Mundial, y las grandes llanuras de Ucrania también son terreno perfecto para los tanques. Moscú ha construido cientos de millas de trincheras, campos minados, zanjas antitanques y cinturones de obstáculos. Estas defensas sin duda presentarán desafíos para el ataque ucraniano. Pero toda defensa es tan buena como los soldados que ocupan esas trincheras, y las feroces luchas intestinas y públicas que vemos entre los diversos líderes militares y quienes controlan las fuerzas mercenarias resaltan la falta de cohesión del lado ruso. Tercero, no hay que sobreinterpretar las pérdidas ucranianas. Romper líneas enemigas nunca es fácil. Ucrania sufrirá reveses. Las imágenes de al menos un tanque Leopard y varios vehículos de combate destrozados adquirieron mucha visibilidad en Twitter y, posteriormente, en los medios de comunicación. Tales imágenes no son un indicador confiable de cómo va la lucha. Pero sí son un recordatorio de que una victoria fácil es poco probable. Y cuarto, quizás la métrica más importante de todas será cómo evoluciona el apoyo en las capitales occidentales. Ucrania está en una lucha existencial. El tiempo que lleve y cuántas vidas cueste dependerá en gran medida del apoyo adicional que le ofrezca el occidente geopolítico. El desempeño de las fuerzas armadas de Kiev hasta la fecha muestra que pueden ganar con el apoyo de Europa y EE.UU y un suministro constante de municiones, estandarización, suficientes repuestos, mantenimiento y el tipo de equipo, incluida la defensa aérea y cibernética, sobre todo de geobardado. La entrega de tanques de combate de tercera generación como el Leopard II alemán, el Challenger británico y el M1 Abrams estadounidense harán mucha diferencia, al igual que el despliegue de sistemas de misiles HIMARS (estadounidense) y de crucero Storm Shadow (británico), capaces de atacar a profundidad las líneas de suministro e instancias de comando, control y comunicación rusas. También ha marcado una diferencia el uso de artillería occidental de 155 mm, más sofisticada y precisa que el equipo de la era soviética empleado al inicio de la invasión por Kiev, así como la decisión largamente postergada por Washington de autorizar la transferencia de aviones caza F-16 a la fuerza área ucraniana, paso clave para otorgarle cobertura y control aéreos sobre su territorio.
Hay sin duda riesgos. Una amenaza radica en la propia asistencia incremental que occidente hasta ahora ha preferido brindar a Ucrania, presumiblemente por temor a propiciar una respuesta radical de Moscú, o detonar un cambio de rumbo de Beijing si Vladimir Putin llega a ser acorralado y humillado. Este miedo a un autogol y al “éxito catastrófico” se basa evidentemente en la creencia de que un Putin contra las cuerdas podría ser muy peligroso. Después de todo, la historia reciente demuestra fehacientemente que en la política rusa no hay premios para segundos lugares. Otra vulnerabilidad es la capacidad sostenida de los ucranianos para ganar en el campo de batalla, sin lo cual la fatiga occidental podría erguir la cabeza, un rasgo que podría verse agravado por cualquier falla por parte de Kiev para desarrollar una narrativa más allá del victimismo. Todo el mundo ama a un ganador, no a un plañidero, y la guerra no es diferente. Tercero, la batalla narrativa continúa, exigiendo una considerable dedicación de recursos. Lidiar con la versión rusa de la guerra, dadas las fortalezas comparativas de los recursos y medios de comunicación de Moscú, incluidos RT y Sputnik, es un desafío para Kiev. Esto exige contrarrestar constantemente la desinformación, como queda claro sin ir más lejos que las redes sociales mexicanas, donde granjas de bots de la 4T son usadas para regurgitar propaganda y desinformación rusas. Y pase lo que pase, desde una perspectiva ucraniana, la guerra debe terminar rápidamente, antes de que Rusia logre que su industria realmente logre volcarse a su esfuerzo bélico. Hasta ahora, ha hecho un trabajo excepcional para apuntalar su economía, a pesar del efecto de las sanciones occidentales. Ahora parece estar preparándose para una guerra de largo alcance, aunque Putin tendrá que explicar por qué un número incremental de jóvenes rusos están muriendo en esta guerra, cuando se suponía que los ucranianos los habían recibido como libertadores. Las estimaciones tanto ucranianas y de la OTAN cifran el número de muertos rusos en alrededor de 210,000; solo la batalla por Bakhmut le costó al Grupo Wagner, la empresa de mercenarios rusa peleando al lado del ejército, 17,000 muertos y quizás hasta cinco veces ese número de heridos.
Pero al final del día, el tiempo es la variable clave que determinará el resultado de la despiadada guerra desatada por Moscú en Ucrania. Putin, convencido de que Rusia puede superar en atrición y sufrimiento a sus adversarios y sostener una dura guerra de desgaste en Ucrania durante meses o años, confía en que puede erosionar el apoyo público a Kiev en Estados Unidos y Europa y que muchas naciones se cansarán del conflicto y lo olvidarán, o continuarán arropándolo con su neutralidad pro-rusa, como es el caso con su contraparte mexicana, que sigue haciéndose el occiso particularmente con los crímenes de guerra cometidos por Moscú. Aunado a ello, el líder ruso apuesta a que en noviembre del próximo año un retorno de los Republicanos -sobre todo de Trump- a la Casa Blanca podría socavar el apoyo estadounidense y el frente unido que ha presentado la OTAN a la agresión de Moscú.
Si bien esta guerra terminará en una mesa de negociaciones, solo el resultado de la contraofensiva llevará eventualmente a las dos partes a sentarse allí, y como ha apuntado el canciller ucraniano, Dmytro Kuleba, aquella busca que Ucrania “llegue a la mesa en la posición más fuerte posible”, así como mandar la señal de que una victoria rusa, tal y como la concibió y articuló Putin, no es posible. Por un lado, Ucrania necesita el aliento y una visión de victoria genuina, de un futuro próspero, democrático y seguro. Por el otro, quienes estén pensando en buscar y fomentar la paz en este vecindario de Europa no solo tendrán que sopesar cuestiones de derecho internacional, soberanía, derechos humanos y legitimidad moral al buscar un compromiso, sino también en establecer las condiciones que eviten que vuelva a repetirse la agresión y el conflicto. La tarea de Ucrania, sin ambages, es mostrar a Putin, a su gabinete, a la oligarquía y sociedad rusas y al resto del mundo que observa a Rusia y al conflicto que ésta no puede ganar; que la invasión fue mal concebida desde el principio; que Moscú no puede arrollar a una Ucrania unida y apoyada legítimamente y al amparo de la carta de Naciones Unidas por Europa y EE.UU, y que la mejor opción del Kremlin es salvar cara y negociar antes de que Rusia sufra aún más pérdidas y humillaciones. Esa no es una tarea fácil, y el riesgo de que el cálculo falle es real. Por todo ello, es esencial que la contraofensiva ucraniana en curso sea exitosa.
Consultor internacional; diplomático de carrera durante 23 años y embajador de México