Nuestro país enfrenta sin duda alguna enormes retos de política pública -algunos de ellos existenciales- así como un debate inaplazable acerca de la visión y concepción del Estado mexicano camino a las elecciones presidenciales del próximo año. La política exterior -como es el caso prácticamente en todo país más que en coyunturas históricas particulares- ciertamente no definirá cómo acaben votando los mexicanos en las urnas, pero no por ello es menos relevante y no deja de impactar de manera esencial el bienestar, la prosperidad, la seguridad y los intereses nacionales de México.
Por ello es alarmante lo que hemos atestiguado en estas semanas. Han sido diez días –de un sexenio de zozobra en el cual el presidente de la República le ha dado la espalda al mundo, ha ninguneado la política exterior y de paso le ha pintado el dedo tanto al sistema internacional basado en reglas como a las relaciones internacionales - caracterizados por un rosario de errores, dislates, incongruencias y una política exterior a la deriva, con la secuela concomitante de una credibilidad mundial por los suelos.
Veamos. Primero, el presidente no asistió, de nueva cuenta y como ha sido su costumbre, a una cumbre más de un mecanismo clave al cual pertenece México -el G20, en India- y a su quinta Asamblea General de Naciones Unidas al hilo. No faltarán matraqueros de la 4T que argumentan que qué más da, que nada ocurre en estos foros o, como al mismo López Obrador le ha dado por afirmar en su retórica incrementalmente contestataria contra la ONU (atribuyéndole responsabilidad al máximo organismo multilateral por las políticas fallidas en materia de migración global, de paso tratando de tapar el fracaso rotundo y la ausencia de política migratoria integral mexicana con un dedo), que son foros que no hacen “nada”. Pero veamos lo que sí ocurrió en dos de estos foros la semana pasada. En el G20 se está dirimiendo el tablero y el futuro de las instituciones de gobernanza global frente a otros espacios, como el BRICS ampliado. Y tanto en esta cumbre como en la Asamblea General de la ONU, lo que en ocasiones importa más que nada son los encuentros bilaterales que se efectúan en paralelo entre mandatarios y en los cuales la ausencia del jefe de Estado mexicano implica que nuestro país pierde interlocución y relevancia. Cuando adicionalmente, como sucedió durante la semana cuando Estados Unidos anunció en Naciones Unidas la creación de otro foro relevante en materia de ciencia, tecnológica, cambio climático y cooperación transcontinental en el Atlántico sur y norte (es decir, con naciones americanas, africanas y europeas) y México fue uno de los pocos países americanos que ni siquiera forma parte de él (falta ver si no fuimos requeridos o peor aún, nos opusimos a participar), los autogoles a nuestra agenda de política exterior, a nuestra posición y peso y a nuestros intereses en el exterior se van acumulando. Y en la última semana parece haberse cerrado un círculo en la actual visión internacional de nuestro país con el retorno de México al G-77 que agrupa a países de economías en desarrollo, un foro internacional que abandonamos por irrelevante en 1994 cuando ingresamos a la OCDE, y con una foto entre la canciller mexicana y su homólogo ruso en Nueva York cuyo lenguaje corporal dice mucho acerca de la total ausencia de tono diplomático en este gobierno.
Pero para rematar la semana, la inopia con la cual opera nuestro presidente coronó su no presencia en foros internacionales metiendo reversa y anunciando que a pesar de haber confirmado su asistencia, finalmente no acudirá a la Cumbre APEC en San Francisco en noviembre aduciendo, con onanismo diplomático, que Perú participa (y por añadidura, según él, país con el cual “no tenemos relaciones”, cosa que obliga a preguntar en qué momento procedimos a anunciar la ruptura de relaciones diplomáticas), y que por ende México no asiste a un foro transpacífico -la zona geopolítica más relevante del mundo hoy- que agrupa a 20 países miembro más, además de Perú.
Esta última invectiva nos conduce a la cereza en el pastel de estos diez días, dado que no está del todo claro que la verdadera razón de la vuelta en U de López Obrador con respecto a la Cumbre APEC tuviese que ver con la participación peruana, y si en realidad ese argumento no es más que una excusa a manera de cortina de humo para encubrir el hecho de que la diplomacia estadounidense podría haber transmitido a la Ciudad de México que no había condiciones para una bilateral que se celebraría entre López Obrador y Biden al margen de la cumbre en el contexto de la vergonzosa e injustificable decisión de extender la invitación a un contingente ruso para que participara en el desfile del Día de Independencia.
Y es que no es para menos, por mucho que el mandatario mexicano afirme que quienes reprobamos esa decisión hicimos “mucho escándalo” porque criticamos que los rusos desfilaran pero no así el hecho de que China también lo hiciera. Vamos por partes. No cabe duda que el desfile fue un arropamiento de regímenes autoritarios con los contingentes (nicaragüense, cubano, venezolano) que en él desfilaron. Pero el tema ruso se cuece aparte: es una provocación y bravata internacional dirigida contra nuestro principal socio comercial y vecino y contra la Unión Europea y las naciones que al amparo del Artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, que consagra el derecho a la autodefensa y la defensa colectiva en casos de agresión internacional, han apoyado a Ucrania a confrontar y repeler la agresión rusa. China no ha invadido a nadie, y tampoco se trata de un tema ideológico o geopolítico. Desde la última vez que Rusia desfiló durante el bicentenario de nuestra independencia, Moscú ha violado en dos ocasiones -2014 con la anexión ilegal de Crimea y ahora en 2022 con el ataque al resto de Ucrania- el derecho internacional y la carta de Naciones Unidas, invadiendo sin justificación alguna y de manera premeditada a una nación independiente y soberana. Y para más señas, Putin tiene una orden de arresto girada en su contra por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos por tropas rusas en suelo ucraniano.
Es un hecho incontestable que este último cúmulo de errores y ocurrencias son como un torpedo por debajo de la línea de flotación de la reputación y credibilidad de México en las principales capitales del mundo. Lo que estos diez días aciagos de diplomacia mexicana -o la ausencia de ella- han evidenciado es a un mandatario y a su gobierno sin brújula moral y sin norte geopolítico y, si nos ajustamos a la narrativa presidencial de un mandatario que quiso aventarle el bulto a la Sedena diciendo que eran ellos quienes habían invitado a los contingentes militares al desfile, con un gabinete que no se coordina, que no socializa o arropa decisiones. Sobre todo revelan que este “estilo” particular de diplomacia presidencial lopista rancia, de la diatriba y desidia sí le pasan factura a nuestro país. Biden no come lumbre y tendrá clara la prioridad de seguir garantizando, en momentos en los que vuelven a aumentar de manera vertiginosa -y electoralmente peligrosa- los flujos migratorios hacia EEUU, que la relación con México no se descarrile. Pero si el runrún que corre aquí en Washington en el sentido de que se habría decidido mandar una señal no pública de malestar a Palacio Nacional cancelando la reunión bilateral contemplada entre el mandatario estadounidense y su contraparte mexicano en el marco de APEC en noviembre (lo cual el propio López Obrador podría haber de facto confirmado al pedir públicamente a Biden -cuando anunció que no acudiría a APEC- que viniese a México o que se reuniesen en Washington más tarde en noviembre), algunos de los costos podrían estar ya a plena vista. Y si tomamos en cuenta que en una encuesta levantada en el verano entre votantes estadounidenses que se identifican como Republicanos, 46 por ciento (comparado con 18 por ciento en 2021) afirma que México es “percibido” como un “enemigo” de EE.UU, no les cuento lo que las imágenes de soldados rusos en la plancha del Zócalo harán para las percepciones de nuestro principal socio comercial acerca de México, en la antesala de una elección presidencial.