La pandemia nos ha hecho reflexionar sobre muchas cuestiones, desde el cuidado de nuestra salud y la forma en que convivimos hasta mecanismos de protección ante eventos inesperados. Al inicio de la pandemia, muchos expertos y académicos recurrieron al término “cisne negro” para intentar explicar nuestro escaso nivel de preparación ante eventos similares.
El término cisne negro fue acuñado por el escritor Nassim Nicholas Taleb, en 2007, para referirse a aquellos eventos extremadamente raros e inesperados, con impactos de gran escala y que sólo podían explicarse hasta después de ocurrido el hecho. Aunque tal vez la pandemia era un evento ciertamente esperado por algunos, era muy difícil saber cuándo ocurriría y qué impacto tendría. Así pues, la pandemia nos ha enseñado que este tipo de eventos son fundamentalmente riesgos de carácter sistémico, con impactos significativos y repentinos a nivel estructural.
Recientemente, el gerente del Banco de Pagos Internacionales (BIS), Agustín Carstens, advirtió de la inminente llegada de un “cisne verde”, convocando al mismo tiempo a los grandes bancos centrales a pensar en políticas y mecanismos, desde el sistema financiero, que puedan contribuir de alguna manera a aliviar los impactos del cambio climático. El término “cisne verde”, al que hace mención Carstens, proviene de una investigación realizada por el propio BIS y el Banco de Francia en 2020, y se refiere también a “cisnes negros climáticos”, es decir, riesgos relacionados con el cambio climático, cuya probabilidad de ocurrencia es difícil cuantificar, pero que, de ocurrir, puede tener consecuencias catastróficas a nivel social, económico y geopolítico.
Si bien es complicado cuantificar daños potenciales de estos eventos, lo cierto es que tenemos certeza de que estos cisnes verdes terminarán ocurriendo tarde o temprano, dada la gran cantidad de evidencia que surge día a día sobre el impacto de la actividad humana en la Tierra. Esto, por supuesto, nos urge a buscar acciones inmediatas con objetivos ambiciosos que permitan, de alguna manera, prevenir un cisne verde.
De forma contrastante, en su nuevo libro titulado ‘Cisnes verdes: el próximo boom en el capitalismo regenerativo’, John Elkington define a los cisnes verdes de una forma distinta: “soluciones que nos llevan de forma exponencial hacia los grandes avances”. A diferencia de los cisnes negros, que te llevan a situaciones no deseadas, un cisne verde es una solución sistémica, controlada que busca resolver los grandes problemas globales. Un ejemplo de un cisne verde, según Elkington: la electrificación de los automóviles.
La electrificación se trata de un esfuerzo sistémico: si bien Tesla fue el punto de ignición, más fabricantes se han ido sumando con un mayor portafolio de autos eléctricos y parece no haber vuelta atrás. Diversos gobiernos están contribuyendo con incentivos, subsidios y normas para asegurarse de que esta transición se efectúe sin impacto al consumidor. Y, por supuesto, más y más personas, se plantean moverse hacia tecnologías más amigables con el medio ambiente.
Las soluciones no son simples y, por el contrario, pueden ser dolorosas. En 1987, la Comisión Mundial para la Economía y el Desarrollo (WCED) definía al desarrollo sostenible como la forma de “satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades”.
Esto requiere -si realmente queremos evitar los cisnes verdes- plantear e implementar estrategias de sostenibilidad transformadoras en varios órdenes, desde el gobierno hasta la empresa. Y aquí precisamente habrá grandes retos, ninguna estrategia de sostenibilidad bien planteada estará libre de fricciones; todas requerirán cambios profundos en la forma de operar, de organizarnos y colaborar. Los empresarios deberán aceptar ciertos riesgos adicionales (i.e. mercado, suministro, etc.), mayores costos, o quizá ambos. Sin embargo, esta debe ser la ruta.
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