La industria automotriz en China vive hoy un momento de tensión entre expansión desbordada, guerra de precios, y señales cada vez más nítidas de que el modelo que fue exitoso para captar cuota de mercado doméstica y global está topando contra sus propios límites. Las recientes noticias muestran un escenario complejo: empresas compitiendo ferozmente bajando precios, fábricas que no logran llenar su capacidad instalada, gobiernos locales empujando inversiones, y un Estado central que poco a poco empieza a advertir sobre los riesgos.

China ha acumulado muchas plantas, muchos modelos, demasiada oferta relativa a la demanda interna. Un artículo de Nikkei Asia del año pasado estimaba que la utilización de las fábricas de vehículos de nueva energía (NEV, por sus siglas en inglés, que incluye autos eléctricos y vehículos híbridos enchufables) rondaba apenas 50% de lo que se considera necesario para cubrir costos fijos con holgura e indicaba que la capacidad instalada podría llegar a los 36 millones de autos eléctricos al año para 2025, mientras se pronosticaban ventas de algo menos de la mitad. Esa diferencia entre capacidad y ventas es la que está forzando una guerra de precios entre marcas chinas, muchas de ellas emergentes, que buscan capturar consumidores mediante descuentos agresivos, tarifas por debajo de costo, exigiendo a los proveedores recortes de precios, y hasta apelando a estímulos estatales o locales.

Este fenómeno ha sido tildado como “involución”, esto es, una competitividad que se vuelve contraproducente, pues los márgenes se erosionan, algunos actores entran en pérdidas, otros tienen problemas para pagar a proveedores, falta liquidez, y el sistema entero queda vulnerable. El gobierno chino ha comenzado a dar señales de alarma: cuestionamientos sobre si todas las provincias necesitan tener fábricas de autos eléctricos; advertencias sobre “recortes irracionales de precios” que deben frenar; regulación propuesta para evitar competencia desordenada y prácticas de dumping interno.

Pero esta presión no es solo doméstica. En el exterior, la sobrecapacidad se traduce en exportaciones masivas a precios bajos, lo que está generando reacciones en varios mercados. Algunos países desarrollados han empezado a imponer aranceles o considerar medidas antidumping contra vehículos eléctricos chinos, sospechando subsidios ocultos o precios por debajo del costo real.

Para México, este contexto global tiene implicaciones nada despreciables. En los últimos años han irrumpido con fuerza marcas chinas que ofrecen modelos eléctricos y de combustión interna a precios muy competitivos, lo que ha cambiado la composición del mercado automotriz mexicano: consumidores sensibles al precio que comienzan a considerar opciones que antes parecían muy lejanas, concesionarios locales que enfrentan mayor presión, y fabricantes tradicionales deben que deben revisar su propuesta de valor.

La reciente propuesta del gobierno mexicano de imponer un arancel de 50% a los vehículos importados de China puede leerse como respuesta a ese desequilibrio de competencia. En efecto, desde la perspectiva de las autoridades mexicanas, la llegada de autos chinos baratos podría socavar la industria automotriz nacional —no solo ensambladoras, sino toda la cadena de valor vinculada a insumos, refacciones, servicios — si no se regula.

Sin embargo, el arancel también conlleva riesgos. Por un lado, encarecerá los autos económicos para los consumidores mexicanos, pudiendo afectar el acceso a tecnologías más limpias: muchos de los modelos chinos son EVs o híbridos de bajo costo, lo que si se limita con aranceles podría retrasar la transición hacia la movilidad eléctrica y los beneficios ambientales. Por otro lado, puede generar represalias comerciales, pues China ha demostrado estar muy activa en política industrial y exportaciones.

Lo cierto es que México no está solo en esta disyuntiva. La sobrecapacidad china promete seguir presionando los mercados globales, ya sea a través de descuentos agresivos o de exportaciones dirigidas a regiones más abiertas. Para el país, el reto no será únicamente levantar muros arancelarios, sino también fortalecer su propia industria: apostar por innovación, servicios postventa confiables, cadenas de suministro resilientes y certificaciones que permitan competir más allá del precio. El arancel, en este sentido, es quizá un respiro táctico. La guerra de precios global exige una estrategia más profunda, porque la avalancha de autos chinos difícilmente se detendrá en la frontera.

Profesor de Dirección de Operaciones de IPADE Business School

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