Por César Villanueva
Convertir la cultura en política de Estado multiplica reputación e influencia. No es consigna: es evidencia comparada. Japón tejió una gramática global (manga, anime, gastronomía, videojuegos) que hoy genera identidad y simpatía. Corea del Sur planificó su Hallyu combinando K-pop, cine y plataformas y su poder suave potenció la economía. India proyecta diversidad y vitalidad con Bollywood y una “diplomacia de la espiritualidad” que atrae millones a través del yoga y la meditación. España institucionalizó su proyección del español con el Instituto Cervantes y una estrategia de marca-país apoyada en museos y universidades. El Reino Unido unificó mensajes con la campaña GREAT, integrando educación, artes, turismo e inversión en un mismo relato medible. En nuestra región, Perú, Colombia o Costa Rica han posicionado gastronomía, territorios y culturas originarias como motores de atractividad. Lección común es triple: propósito, instituciones y métricas.
México no parte de cero. Hay un linaje que hizo de la cultura herramienta de proyección: de Vasconcelos y Gamboa a Paz y Castellanos; de Torres Bodet y Lozoya a Tovar y Estrada; de Luz E. Baños a Alberto Fierro. Una generación más joven, Edgardo Bermejo, Dolores Repetto, Jorge Volpi, mantuvo viva esa ambición. El activo cultural existe y la diáspora multiplica audiencias. Falta una estrategia de Estado, anclada en nuestra historia y orientada a resultados verificables.
El entorno complica y urge. Desde el 11-S y la crisis de 2008 hasta la erosión de normas liberales, el ascenso de China, Rusia e India y el deterioro del derecho internacional, la competencia simbólica se intensificó. Plataformas digitales y arquitecturas algorítmicas amplifican guerra híbrida, estereotipos y discursos de odio; la mexifobia en Estados Unidos (con ataques políticos recientes) lo muestra con crudeza. En ese tablero, nuestro poder cultural no debiera ser adorno: más bien, una capacidad estratégica para relacionarnos con dignidad, atraer confianza y abrir mercados.
Aquí están los tropiezos. La Secretaría de Relaciones Exteriores mantiene una ambigüedad conceptual que requiere claridad: la diplomacia cultural no es etiqueta decorativa, sino una estrategia especializada para fomentar paz, prosperidad, entendimiento e influencia a través de cooperación, intercambio y promoción. La Secretaría de Cultura ha llegado tarde a su cita internacional: su Reglamento Interior (julio de 2025) carece de visión global, métricas y coordinación interinstitucional. Sin sincronía con Economía, Turismo, Ciencia y Tecnología, el potencial se diluye.
¿Qué hacer en 2025? Una diplomacia cultural integral que articule: 1) una arquitectura robusta, con presupuesto, responsabilidades y evaluación, coordinada entre SRE y Cultura; 2) participación de ciudadanía, gestores y academia en diseño y seguimiento; 3) indicadores vinculados a los ODS y a las recomendaciones de la Unesco; 4) una estrategia potente de diplomacia digital e industrias creativas (cine, redes, contenidos, inteligencia artificial); 5) cooperación cultural internacional que priorice ciencia, universidades y conocimiento; 6) una narrativa global que presente a México como país plural, creativo y comprometido con la paz.
Mondiacult 2025 (Barcelona, 29 de septiembre-1 de octubre) es la prueba inmediata. Tras haber sido sede en 2022, México debería llegar con agenda propia en temas clave: cultura para la paz; IA y ciencia de datos; financiamiento; bienes públicos culturales globales y la meta de colocar la cultura como objetivo autónomo en la agenda post-2030. Hoy nuestra presencia luce discreta y reactiva. No alcanza.
La disyuntiva es ineludible: o seguimos con una diplomacia cultural de bajo octanaje (implícita, fragmentada, sin métricas) o activamos, con método y ambición, un poder suave a la altura de nuestra riqueza simbólica. Se trata de pasar del orgullo a la política, de la anécdota al indicador, del impulso disperso a la estrategia de Estado. Ser o no ser.
Académico Investigador del Departamento de Estudios Internacionales en la Ibero CDMX
Director del equipo “Imagen de México en el Mundo”, su trabajo se centra en el estudio de las diplomacias pública y cultural, el poder suave y la imagen país. Su educación formal ha tenido lugar en México, EUA, y Suecia, donde obtuvo su Doctorado en Ciencia Política en 2007. Actualmente trabaja como profesor en los Departamentos de Estudios Internacionales y en el Doctorado en Comunicación, y colabora como investigador en el Instituto de Investigación Aplicada y Tecnología (InIAT) en el área de Ciencia de Datos, todos pertenecientes a la Universidad Iberoamericana (CDMX). Entre sus actividades de gestión, fue Coordinador de la Licenciatura en Relaciones Internacionales y Director del Departamento de Estudios Internacionales en la Universidad Iberoamericana entre 2016 y 2020. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del CONACyT, de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI) y de la International Studies Association (ISA). Colaboró en la organización de la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales (MONDIACULT) de la UNESCO, en septiembre de 2022