Por Diana Ibarra
Nos enfrentamos de nuevo a una conmemoración del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Y aunque sin lugar a dudas hay muchos aspectos en los que hemos avanzado, hay un fenómeno que, si bien intuíamos que existía, se ha hecho palpablemente presente y ha cobrado cuantiosos adeptos. Me refiero a la manosfera.
De acuerdo a Naciones Unidas, la “manosfera” son las comunidades digitales que tienen como supuesto objetivo la recuperación del valor de la masculinidad tradicional, pero que promueven discursos misóginos, estando en contra del feminismo y denunciando que la igualdad de género ha violado los derechos de los hombres. Estos espacios han encontrado resguardo en la inmensidad de la red digital y en el anonimato que las compone, propagando discursos de odio, frustración y resentimiento.
Pero tomemos un tiempo para pensar en la razón del fenómeno. El patriarcado lleva siglos, milenios existiendo. Por patriarcado entiendo una construcción sociocultural que ordena en virtud de una lógica simbólica masculina. De suerte que el acomodo social privilegia a aquello que representa al “hombre”. Temas como altura, fuerza, proveeduría, dominación, son destacados como propiedades masculinas, esto sin excluir que, por ende, hay una supremacía del hombre hacia las mujeres. En esta interpretación, el hombre es activo, la mujer pasiva, el primero es protector, la segunda dependiente; el primero es racional, la segunda pasional. Dinámica de oposiciones que no permite transmitir la complejidad real de lo que somos como personas.
Propuestas como los distintos feminismos y la perspectiva de género han cuestionado esta lógica y han denunciado sus abusos, proponiendo una nueva estructuración social. Evidentemente, a medida que la dignidad de la mujer se fue reconociendo y se fueron respetando sus derechos, los hombres perdieron algunas de las posiciones de poder que les privilegiaban. Consecuentemente, la resistencia de varios hombres se ha hecho notar, pero a medida que la posición del respeto y la igualdad ha conseguido espacios mediáticos y políticos, estos ámbitos de disidencia masculina se han resguardado a lugares reservados y oscuros como lo es el internet. Alimentándose de enojos, frustraciones y miedos de perder su propia identidad.
Evidentemente, este fenómeno es preocupante, y parte de él es lo que ahora conocemos como “Incels” (célibes involuntarios), los “activistas de los derechos de los hombres”, y los MGTOW (hombres yendo en su propio camino, por sus siglas en inglés). Cada uno de estos grupos encierra sus propias dinámicas, y aunque se pueden cruzar, implican interacciones distintas, teniendo en común el odio a las mujeres o a su posición de igualdad. El problema va mucho más allá cuando se proponen medidas de “recuperación” como el acoso sexual, cuestionando el consentimiento, incitando a la violencia y el sometimiento a las mujeres; proponiendo estas acciones como la “toma de la pastilla roja”, evocando la película Matrix y el despertar que implicaba. Uno de sus grandes promotores, Ian Ironwood, en su libro La Manosfera, una nueva esperanza para la masculinidad, afi rma: “Es, en un sentido muy real, el restablecimiento de los fundamentos intelectuales de una nueva cultura patriarcal sin disculpas en Occidente. Es un repositorio de sabiduría específica para los esfuerzos masculinos, y atrae a hombres enojados y apasionados que están dedicados a su causa.”
Por supuesto, estoy en contra y me preocupa. En una sociedad tan dramáticamente dividida, en donde la descalificación es la actitud más recurrente, la soledad se abre paso, dejándonos en el vacío del algoritmo, solipsismos adictivos que nos hacen creer que siempre tenemos la razón. Y mientras tanto la violencia crece, entre todos y todas, pero particularmente contra las mujeres. Vivo en uno de los países más violentos para ser mujer, y este discurso debería alzar alertas inmediatas.
Pero como feminista centrada en la persona, no pienso quedarme en la alerta y la descalificación. Sé que puedo empezar por reconocer que dentro de los feminismos hemos dedicado pocos esfuerzos para sumar a los hombres a nuestras causas. Claro, sé que hay quien me dirá que, como mujeres, ¿por qué tenemos que hacerles la tarea de deconstrucción identitaria?, ¿por qué teníamos que involucrarlos en nuestros espacios recién ganados?, ¿por qué nos tocaba explicarles los feminismos, la desigualdad, las cuotas? Para mí la respuesta es sencilla, porque somos comunidad, somos relacionales y nos hacemos en convivencia con los demás. Necesitamos privilegiar el diálogo antes de que los incipientes puentes que estábamos construyendo se destruyan.
Hablar de masculinidad, nueva o vieja, debe ser una labor en conjunto. Necesitamos a los hombres para generar una nueva sociedad. Y sí, estoy hablando de necesitar con todo el rigor que implica la palabra. Porque es mediante la afirmación del otro que somos capaces de más, de cambiar las dinámicas de dominación/sumisión que hemos vivido. Porque viendo la grandiosidad del otro es que soy capaz de captar la alegría del misterio de su existencia. Hablemos, dialoguemos y no temamos al desacuerdo, pues es solo mediante una crítica respetuosa que construiremos el futuro, eso sí, en conjunto, siempre en conjunto.
Investigadora del Instituto de Humanidades de la Universidad Panamericana

