Por Gerardo de Icaza
En 2017 publiqué un texto llamado “La Narrativa del Fraude en los Procesos Electorales,” en donde diferenciaba entre un fraude electoral real y las acusaciones, sin sustento, de fraude que muchos realizan por conveniencia política y/o ignorancia. Han pasado poco más de ocho años y aunque el artículo mantiene su vigencia y ha sido ampliamente citado, creo necesario y sano hacer una revisión y actualización.
Desde ese momento, se han llevado a cabo más de 60 procesos electorales de distinta naturaleza en el hemisferio occidental. Ha habido elecciones presidenciales, legislativas, parlamentarias, municipales y múltiples ejercicios de democracia directa. Como en todo, algunas elecciones han sido mejores que otras, algunas han concluido resultados muy ajustados, algunas con irregularidades menores que se exageran, otras con manipulaciones dolosas graves que no deben repetirse jamás y algunas inclusive violentas, pero sin importar la calidad de la elección en prácticamente todas hemos observado narrativas de fraude que buscan deslegitimar a los procesos en su totalidad.
Ya en 2017 había identificado algunas estrategias claras para esparcir la narrativa del fraude como la exageración de irregularidades o errores, el establecimiento que cajas de resonancia, la desinformación, los famosos bots, y los ataques a las autoridades electorales. Todas esas modalidades siguen existiendo, pero con herramientas tecnológicas mucho más sofisticadas y con mayor virulencia. La llegada de la inteligencia artificial ha potenciado la rapidez, el alcance y la efectividad de las narrativas de fraude en los procesos electorales.
La exageración de irregularidades a través de redes sociales es una de las mejores aliadas de la narrativa de fraude. Como si se tratara de un mismo playbook vemos una y otra vez las mismas imágenes en cada elección: los marcadores o bolígrafos que se borran, las papeletas que ya vienen marcadas, los muertos que votan, las boletas destruidas o encontradas sin explicación en algún lugar en días previos a la elección. Como un polvorín las denuncias explotan en las redes brincando de like en like, siendo compartidas sin contexto cuando a veces ni siquiera se trata de algo que sucede en esa elección, o peor, en ese país. Pero las falsas denuncias casi siempre son recogidas por algún medio de comunicación, periodista o influencer y, a partir de ese momento, su impacto se vuelve exponencial.
La polarización aguda que vive la región también alimenta la narrativa de fraude, ya que en una caja de resonancia la mentira puede ser considerada verdad, aunque se compruebe con evidencia fáctica que es mentira. Numerosos estudios psicológicos han demostrado que los individuos tendemos a creer en las ideas que refuerzan nuestras opiniones, prejuicios, criterios y pensamientos, aun cuando se demuestre con hechos empíricos que estamos equivocados. El debate libre de ideas parece lejano en un ecosistema informativo que busca aniquilar al disenso, señalar de traición a la crítica e ignorar las opiniones diversas.
La focalización selectiva, o selective targeting, que implementan algunas empresas de redes sociales basada en toda la información que las aplicaciones recaban de sus usuarios para lograr más clicks y, así alimentar su modelo de negocio, está diseñada para mantener a las personas conectadas a sus dispositivos, no para fortalecer la educación cívica de la ciudadanía. Este modelo de negocio premia a las teorías de la conspiración, recompensa a la mentira escandalosa, funciona en posiciones simplistas y binarias, al tiempo que ignora el tedio de los hechos comprobables y sofoca el espacio para las explicaciones complejas.
Uno de los deterioros más grandes se observa en los ataques despiadados y cada vez más frecuentes a las autoridades electorales en la región. Pasaron de ser coyunturales y marginales, a ser constantes y generalizados. Los distintos actores, tanto de la oposición como del oficialismo, creen que la insatisfacción ciudadana con las instituciones públicas y con los insuficientes resultados producidos, y su consecuente frustración social, encuentra un destinatario funcional en la autoridad electoral. Como expresión institucional de la democracia, las autoridades electorales son culpadas por todos los saldos pendientes de nuestras frágiles democracias. Por ende, a diferencia de antes, es común que los ataques a la autoridad electoral sean puntos torales de las campañas y que la institucionalidad electoral ya no solo sea atacada por el partido político perdedor sino también por la formula ganadora que aduce haber ganado a pesar de un fraude. La idea del fraude ya no es efímera, persiste gane quien gane y pierda quien pierda.
Estamos viendo un crecimiento exponencial de embates institucionales por parte de los poderes ejecutivos, legislativos, y hasta de fiscalías y jueces en contra de las autoridades electorales. Lo anterior, viste de villano a las autoridades electorales, merma la confianza ciudadana en las elecciones, daña a los procesos electorales, y busca restarle independencia a la función electoral. Los ataques a la independencia de las autoridades electorales no terminan con la conclusión del proceso electoral, sino que se convierten en amenazas y acciones de hostigamiento durante los gobiernos.
Vemos una tendencia a personalizar las agresiones y al amedrantamiento, señalando a funcionarias y funcionarios, que únicamente están cumpliendo una función. De igual manera, observamos una decidida voluntad por eliminar las funciones de vigilancia y rendición de cuentas que tienen estas autoridades, notablemente en la vigilancia de los gastos de campaña y del financiamiento político. Por último, la muy popular medida de reducir los recursos que reciben las autoridades electorales, al tiempo que se le encomiendan más funciones, como si el objetivo político real fuera que la autoridad electoral fracase y de esa forma se justifique la profecía que buscaba la narrativa del fraude.
La nueva narrativa del fraude que estamos observando es mucho más peligrosa que la que habíamos presenciado en el pasado. Anteriormente se buscaba justificar una derrota en las urnas, hoy se busca debilitar un sistema democrático que ha regido desde hace décadas en la inmensa mayoría de los países del hemisferio occidental.
Experto Electoral Internacional