Por: MARÍA EMILIA MOLINA DE LA PUENTE, Magistrada de Circuito.

En los últimos años, el feminismo se ha convertido en una bandera legitimadora. Sin embargo, esta visibilidad no siempre ha implicado un compromiso genuino con la igualdad. Cuando ese discurso se manipula para fortalecer a quienes ya están en el poder, incluso desde instancias como tribunales, podemos hablar de feminismo populista: un discurso con lenguaje incluyente, pero vacío de transformaciones estructurales.

México: legitimidad con “dato protegido” y sobrerrepresentación simbólica

En el ámbito judicial electoral mexicano, en las últimas fechas, hemos conocido casos paradigmáticos de esta tendencia. Por ejemplo, una sentencia reciente ha desatado fuerte indignación en redes sociales. La sentencia, dictada en supuesta protección de la violencia política de género y la protección de datos sensibles (“dato protegido” —esa información sensible utilizada en controversias, para no exponer o revictimizar a las partes—) sancionó a una mujer que cuestionó públicamente a una figura política. Estas figuras fueron empleadas más como escudo para deslegitimar denuncias ciudadanas que realmente para proteger a las víctimas o investigar la violencia política. Se habló de perspectiva de género, pero en los hechos se limitó a resguardar intereses institucionales, sin ofrecer mecanismos eficaces de protección. Este uso estratégico del enfoque de género, descontextualizado y funcional del poder, ejemplifica cómo se puede vaciar de sentido una causa legítima.

De manera similar, en el sur del país, se ha invocado la violencia política de género en sentencias aparentemente protectoras, al tiempo que desde el poder se reproduce un estilo autoritario, excluyente y verticual. El discurso feminista se transforma así en blindaje institucional, útil para descalificar críticas pero ajeno a un verdadero compromiso con los derechos de todas las mujeres.

Retórica de paridad, pero exclusión de voces disidentes

En México, como en otros países, se presume que “nunca antes hubo tantas mujeres en tribunales o espacios políticos”, se alega que “llegamos todas”. Sin embargo, el discurso de la paridad se cruzó con denuncias de exclusión de funcionarias incómodas, concursos simulados o eliminación de plazas laborales, todo en aras de la “rotación” o “renovación”. La narrativa de paridad se sostiene sobre una realidad más contradictoria: el cese masivo de mujeres juzgadoras, muchas de ellas con décadas de trayectoria construida a través del mérito, la capacitación y la carrera judicial. Bajo el pretexto de la “democratización de la justicia”, la “renovación institucional” y el “mandato de la mayorías”, fuimos excluidas sin garantías, sin reconocimiento y sin condiciones materiales para continuar ejerciendo la función judicial. Mientras se colocan a otras mujeres en puestos de poder –no siempre bajo criterios transparentes o meritocráticos- se anula simbólicamente el camino recorrido por quienes abrieron brecha.

En este contexto, la mera presencia femenina sirve para desactivar críticas y silenciar discrepancias interiores, reforzando un feminismo de fachada: uno que legitima decisiones políticas regresivas bajo una apariencia de inclusión. Se trata de un uso estratégico del género como herramienta de control narrativo, no como principio transformador.

Contexto en el extranjero: reflexiones comparadas

• En Latinoamérica hemos visto procesos similares: seductoras retóricas de género utilizadas para dirigir la atención hacia iniciativas populares, mientras se consolidan estructuras autoritarias o se marginan voces femeninas independientes.

• En la Unión Europea y el norte de América, también surgen discursos parecidos, donde figuras públicas y funcionarios ensalzan su compromiso feminista mientras recortan recursos a refugios o cercenan independencia judicial.

El riesgo de perder sustancia

Este feminismo populista no es inofensivo: erosiona el movimiento feminista, lo convierte en un mensaje uniforme y lo vacía de contenido. Genera una narrativa donde la mera representación equivale a cambio, y donde cualquier mujer que cuestione es etiquetada como obstáculo.

Recuperar un feminismo auténtico

• Exigir coherencia entre discurso y política institucional.

• Incorporar procesos transparentes y meritocráticos en los tribunales y en la función pública.

• Reconocer que la paridad también implica respeto a la diversidad de opiniones entre las propias mujeres.

• Defender la autonomía institucional frente a cualquier instrumentalización.

Porque el camino hacia la igualdad no puede reducirse a imagen pública. Requiere una práctica colectiva, plural y transformadora. Un feminismo que no se rinda a los escaparates, sino que incida real y profundamente en las estructuras.

El verdadero feminismo implica compromiso y congruencia, no simulación.

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