Por DANIEL ZOVATTO

El estallido del conflicto abierto entre e Irán de los últimos días ha sumido a Medio Oriente —y al mundo— en una fase aún más peligrosa y volátil.

Aunque oficialmente el objetivo israelí sería frenar y degradar el programa nuclear iraní, cada vez hay más indicios de que el verdadero propósito de va más allá: busca minar las bases del régimen de los ayatolás, apostando por un cambio de régimen.

 ¿Es este un cálculo estratégico factible o una apuesta temeraria con consecuencias incalculables? ¿Y qué papel está dispuesto a jugar Donald Trump, cuyo segundo mandato apenas lleva 5 meses y ya enfrenta uno de los dilemas geopolíticos más complejos de su carrera?

¿Desnuclearización o cambio de régimen?

Las señales provenientes de Jerusalén sugieren que Israel no se conformará con dañar la infraestructura nuclear iraní. Como divierten algunos analistas, la ofensiva podría estar motivada por un objetivo más ambicioso: acelerar el colapso del régimen revolucionario iraní.

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Este planteamiento parece respaldado por el llamado público de Netanyahu a los ciudadanos iraníes a rebelarse. Sin embargo, este escenario, si bien deseable para Israel, no es fácil de alcanzar ya que el gobierno de Netanyahu estaría operando bajo la “ilusión” de que puede arrastrar a Estados Unidos hacia una guerra con fines de derrocamiento.

El riesgo en este escenario es muy grande: quedar atrapado en un conflicto prolongado y sin salida clara, como en Gaza. Netanyahu es muy bueno iniciando guerras, pero no cerrando las mismas con un éxito claro a la vista.

Militarmente, Israel ha logrado avances notables frente a Irán, pero ahora enfrenta límites estructurales. Las instalaciones nucleares más sensibles, como la de Fordow, están protegidas en profundidades a las que sólo bombas de gran penetración —en manos de Estados Unidos— pueden acceder. Según The Economist, Israel necesitaría al menos dos semanas de bombardeos para degradar seriamente las capacidades nucleares iraníes, pero aun así requeriría apoyo directo estadounidense para lograr un golpe decisivo.

Así, el éxito o fracaso de la operación dependerá no solo de su poderío militar, sino de su capacidad para involucrar a Washington.

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La incómoda encrucijada de Trump

Donald Trump, convertido nuevamente en comandante en jefe enfrenta una decisión estratégica que puede marcar su legado y reconfigurar el equilibrio global: ¿interviene directamente en apoyo de Israel, como exige Netanyahu? ¿O mantiene una distancia prudente para evitar arrastrar a Estados Unidos a una guerra regional? Hasta ahora, Trump ha optado por enviar mensajes ambiguos.

En sus publicaciones en Truth Social, ha presionado a Irán para negociar, al tiempo que insinúa conocer el paradero del ayatola Ali Khamenei, aunque afirma que “no lo matará… por ahora”. Ambigüedad calculada o improvisación peligrosa, nadie lo sabe.

Las opciones sobre la mesa son tres: 1) promover una negociación para evitar una escalada mayor; 2) intervenir militarmente con un ataque decisivo a Fordow; o 3) mantenerse al margen, limitando su apoyo a la defensa de Israel con inteligencia, armas y sistemas antimisiles.

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Cada escenario conlleva costos.

Entrar en guerra podría desatar represalias iraníes contra bases estadounidenses, algo que Teherán ha evitado hasta ahora, buscando mantener sus frágiles avances diplomáticos con Arabia Saudita y los Emiratos. Pero no hacerlo podría dejar a Israel en una guerra abierta y sin final claro, debilitando su posición regional y afectando la credibilidad de Estados Unidos.

Una decisión con consecuencias globales

A corto plazo, el reloj corre. Si Israel logra mantener el impulso de sus ataques sin generar un número excesivo de víctimas civiles o una crisis humanitaria, podría convencer a Trump de que se sume al golpe final. Pero si la guerra se estanca o escala fuera de control, la presión —interna y externa— para evitar una intervención será cada vez mayor.

El dilema es estratégico y político: Trump se encuentra entre el ala aislacionista de su partido, que exige evitar otra guerra en Medio Oriente, y los halcones que reclaman una respuesta contundente al régimen iraní.

La historia ha demostrado que las guerras lanzadas en nombre de la “desnuclearización” o el “cambio de régimen” rara vez terminan según lo planeado.

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Hoy, Israel juega con fuego y Trump sostiene el bidón de gasolina. En juego está no solo la estabilidad de Medio Oriente, sino el frágil equilibrio entre poder, diplomacia y disuasión en un mundo que cada día parece más desordenado y menos gobernable.

Resumiendo: Estamos ante una encrucijada crítica, con un nivel de tensión regional y global que no se veía en años.

Las próximas horas podrían marcar un punto de inflexión en el equilibrio estratégico de Medio Oriente y en la proyección de poder de Estados Unidos bajo la segunda presidencia de Donald Trump.

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Según fuentes citadas por medios estadounidenses, el presidente ha estado reunido en la sala de crisis con su equipo de seguridad nacional, analizando un abanico de opciones, entre ellas un ataque militar directo contra Irán. Esas mismas fuentes señalan que Trump estaría inclinándose cada vez más hacia la acción, y algunos medios israelíes incluso advierten que una ofensiva estadounidense podría desencadenarse esta misma noche. En paralelo, Trump ha sostenido una conversación clave con el primer ministro Netanyahu, cuyo contenido permanece en reserva, pero cuyo trasfondo podría ser determinante.

Mientras tanto, otros actores relevantes —la Unión Europea, el G7 (con excepción de Estados Unidos), China, Rusia, India y Turquía— observan con cautela, intentando calibrar sus próximos pasos en un escenario que podría escalar rápidamente y alterar alianzas y equilibrios de poder.

Pero hoy, más que nunca, todas las miradas están puestas en Trump: el presidente que regresó al poder prometiendo evitar nuevas guerras y resolver viejos conflictos se enfrenta ahora al dilema más serio de su segundo mandato. ¿Actuará como pacificador o como detonante de una nueva conflagración? Por ahora, el tablero sigue abierto y el desenlace es tan incierto como potencialmente trascendental.

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desa/mgm

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