Por Arturo Ortiz
La desaparición de personas en México no solo es una tragedia cotidiana, también es una narrativa institucional que se escribe con omisiones, cifras fragmentadas y una estética del vacío. Lo que debería ser un grito se convierte en susurro burocrático.
Más de 121,000 personas están oficialmente registradas como desaparecidas y no localizadas. Solo en los primeros siete meses de 2025, se reportaron 8,624 desapariciones, un aumento del 13% respecto al mismo periodo de 2024.
Desde 2019 (inicio del gobierno de la Cuarta Transformación), el incremento acumulado es del 69.5%.
Estados como Ciudad de México, Estado de México y Nayarit reportan más desapariciones que homicidios dolosos y culposos combinados.
El grupo más afectado son jóvenes entre 15 y 29 años, con miles de casos concentrados en ese rango.
La desaparición se ha convertido en el delito con mayor impunidad. Pero más allá del número, lo que estremece es el tratamiento simbólico: se criminaliza la búsqueda, se estigmatiza a las familias y se desplaza la responsabilidad hacia el azar o la “vida privada”. Es una forma de desaparición narrativa, donde el Estado no solo falla en encontrar, sino en nombrar.
Frente a esta omisión institucional, emergen formas de resistencia estética como la exposición Huellas de la Memoria, que utiliza zapatos grabados con nombres y fechas de desaparición como estrategia de denuncia y memoria. Es una curaduría del duelo, una narrativa que se rehúsa a desaparecer.
Según cifras recientes, los homicidios dolosos disminuyeron hasta en 24.5% entre 2024 y 2025 y se presume una caída del 44.3% en delitos de alto impacto desde 2018. Sin embargo, diversas organizaciones advierten que el crimen organizado se expande territorialmente, y establece un régimen criminal en al menos 12 estados. Es decir, mientras las cifras bajan, el control criminal sube. ¿Qué se está midiendo realmente? ¿La violencia o su visibilidad?
Descienden los homicidios pero suben las desapariciones. Desapariciones, como si se tratara de un truco mágico.
El truco narrativo: homicidios bajan, desapariciones suben no es un fenómeno casual. Como señala el Informe Nacional de Personas Desaparecidas 2025, la desaparición se ha convertido en el delito más impune y sistemático. Mientras los homicidios se contabilizan con cadáveres visibles, las desapariciones se deslizan en la ambigüedad: no hay cuerpo, no hay crimen. Es el crimen perfecto para un Estado que quiere mostrar cifras limpias y territorios “pacificados”.
Transparentar el horror implica crear cápsulas visuales que contrasten cifras oficiales con testimonios, mapas de desaparición y patrones de impunidad. Usar infografías poéticas que revelen el vacío detrás del número: ¿qué significa “una persona desaparecida” en términos de afecto, comunidad, memoria?
Una respuesta pragmática a la humanidad es aprender a defendernos, a establecer altos a la violencia, a reforzar la propia seguridad y a comprometernos con romper el flujo del olvido.
Especialista en seguridad personal y patrimonial