Paola Zuart

1. ¿Amenaza real o construcción política? Lo que Irán tiene… y lo que no

Tras la primera ola de ataques del 13 de junio de Israel contra Irán, el primer ministro Benjamin Netanyahu afirmó que Israel actuó porque, de no detenerse, Irán podría fabricar un arma nuclear “en muy poco tiempo”.

La Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) reportó que Irán ha alcanzado un nivel de enriquecimiento de uranio del 60 %, mientras que el umbral para una bomba es del 90 %. El factor alarmante es que el salto entre estos dos niveles puede lograrse en poco tiempo. Adicionalmente, la OIEA confirmó que Irán ha acumulado suficiente material como para fabricar hasta nueve bombas nucleares si lo decidiera.

No obstante, la OIEA señaló que el desarrollo de un arma nuclear completa aún requeriría tiempo. Además del enriquecimiento, Irán aún necesitaría diseñar el dispositivo, miniaturizarlo para integrarlo en un misil, realizar pruebas de validación y, lo más crítico, tomar la decisión política de construirlo. Hasta ahora, no hay pruebas de que ese paso se haya dado, según lo declarado por la OIEA.

Aunque alcanzar una capacidad de despliegue nuclear aún parece lejano, Israel consideró estos avances como una amenaza existencial y lanzó la “Operación León Naciente”. Ante el Consejo de Seguridad, justificó el ataque como una medida destinada a “neutralizar las amenazas existenciales e inminentes del programa de armas nucleares y misiles balísticos de Irán”.

2. La narrativa israelí bajo escrutinio

No obstante, esa narrativa ha sido cuestionada. Evaluaciones internacionales, incluidas las de la inteligencia estadounidense, coinciden en que el programa nuclear iraní, aunque avanzado, no está siendo militarizado activamente.

Kelsey Davenport, de la Asociación para el Control de Armas, declaró que Netanyahu “no presentó pruebas claras ni convincentes” de que Irán esté al borde de militarizar su programa. Explicó que Irán lleva meses cerca de alcanzar la capacidad de ruptura —tener material suficiente para una bomba— pero que no hay evidencia de que esté realizando los pasos clave para transformar ese material en un arma operativa.

“La idea de que Irán podría desarrollar un arma rudimentaria en pocos meses no es nueva”, añadió. En esta línea, la directora de Inteligencia Nacional de EE.UU., Tulsi Gabbard, informó que las reservas de uranio enriquecido iraní se encuentran “en su nivel más alto” y son “sin precedentes para un Estado sin armas nucleares”. No obstante, confirmó que la comunidad de inteligencia estadounidense no tiene indicios de que Irán esté fabricando una bomba, y subrayó que el líder supremo, Ali Khamenei, no ha dado la orden de reactivar el programa desde su suspensión en 2003.

3. Ecos de Irak

La contradicción entre la narrativa de amenaza inminente y las evaluaciones técnicas abre una pregunta crucial: ¿la amenaza nuclear iraní es tan inmediata como se afirma, o existen otros intereses en juego? Esta interrogante remite a una historia conocida: un régimen enemigo, una supuesta amenaza inminente y la justificación de un ataque preventivo.

Es cierto que existen ciertos paralelismos entre estas narrativas pero la historia no es la misma: en 2003, las fuerzas occidentales lanzaron una ofensiva masiva por aire, mar y tierra contra el régimen de Saddam Hussein, bajo el argumento de que poseía Armas de Destrucción Masiva (ADM) y mantenía vínculos con organizaciones terroristas como Al-Qaeda. Sin embargo, tras la invasión, investigaciones exhaustivas demostraron que no existían programas activos de ADM, y los supuestos vínculos con Al-Qaeda fueron en gran medida desacreditados.

A pesar de que la invasión logró rápidamente derrocar al régimen de Hussein, no trajo la estabilidad prometida. Por el contrario, abrió la puerta a una insurgencia prolongada, un vacío de poder y una cadena de conflictos que todavía persisten.

Dos décadas después, aunque el contexto es distinto, los ecos del pasado resuenan: acusaciones de capacidades destructivas, una narrativa de urgencia, presión política, y el debilitamiento de los canales multilaterales de contención.

Pero también hay diferencias clave. El programa nuclear iraní es real y avanzado, a diferencia del fantasma de las ADM iraquíes. En Irak, la amenaza fue hipotética o fabricada; en cambio, el programa iraní representa un riesgo de proliferación tangible y monitoreado, aunque sus fines militares sean inciertos.

Por otro lado, Israel no busca derrocar al régimen iraní, sino debilitar sus capacidades estratégicas y enviar un mensaje disuasivo. Mientras en 2003 se presenció una invasión terrestre total para remover a Saddam Hussein, en el caso de Irán las acciones se han limitado a ataques aéreos selectivos, dirigidos principalmente contra instalaciones nucleares, sistemas de defensa antiaérea e incluso científicos civiles vinculados al programa. En aquel entonces, la narrativa era la del cambio de régimen; hoy, el discurso israelí se enmarca en la lógica de la contención.

4. Lo que no se dice: geopolítica, influencia y legitimidad interna

Otro elemento en común es la instrumentalización del discurso de la seguridad y la opacidad sobre las motivaciones reales. La invasión de Irak no solo respondió a la seguridad, sino a intereses energéticos, ambiciones geopolíticas y agendas ideológicas. En el caso de Irán, las razones también parecen múltiples: desde la contención del programa nuclear hasta la necesidad de frenar su influencia regional a través de actores como Hezbolá y Hamás. A ello se suman dinámicas internas, como los bajos niveles de aprobación de Netanyahu.

5. Legalidad en entredicho: ¿se puede golpear antes de ser golpeado?

Finalmente, la ilegalidad del ataque preventivo. Aunque el programa iraní plantea riesgos reales, esto no justifica el uso de la fuerza. La Carta de las Naciones Unidas no admite ataques preventivos basados en supuestos. Esta acción unilateral —sin pruebas de una agresión previa, sin autorización del Consejo y sin notificación adecuada— vulnera el artículo 2(4), que prohíbe el uso de la fuerza entre Estados, y configura un crimen de agresión según el Estatuto de Roma, tal como ocurrió con Irak.

La historia puede no repetirse, pero sin duda rima: vulneración del derecho internacional, agendas ocultas y contradicciones sobre las capacidades de destrucción masiva. Incluso aceptando que Irán representa un riesgo de proliferación, la solución no reside en ataques ilegales que escalan el conflicto. Como mostró Irak, cuando se sacrifica la diplomacia en nombre de la seguridad, las consecuencias las pagan los civiles y la credibilidad del sistema internacional.

Coordinadora de investigación del Centro de Investigación para la Paz México

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