Por GUSTAVO RAMOS MERA
En un contexto social cada vez más desafiante, donde los índices de violencia y abandono aumentan en muchas comunidades del país, es importante detenernos y reflexionar sobre algo que solemos dar por sentado: ¿cuál es hoy el verdadero valor de la familia?
En medio de tantos movimientos a nivel nacional e internacional, la familia continúa siendo uno de los pilares más importantes para generar cambios, brindar refugio y fortaleza. Este núcleo de convivencia, donde se impulsa el respeto, la empatía y la responsabilidad, se ha vuelto de gran valía en tiempos de incertidumbre.
Pero ¿qué sucede cuando esa base también empieza a fracturarse? En muchas comunidades, la ausencia de vínculos familiares sólidos ha generado un vacío que se llena con violencia, adicciones o aislamiento. Los jóvenes sin redes afectivas estables tienen tres veces más probabilidades de caer en conductas de riesgo.
En muchas ocasiones, los valores que realmente transforman a una sociedad no se aprenden en discursos, se comparten desde casa. Es ahí donde aprendemos lo que significa compartir, respetar límites, escuchar y pedir perdón. Es en la convivencia cotidiana donde se forman ciudadanos responsables, capaces de aportar a su comunidad con empatía y compromiso.
Frente a esta realidad, necesitamos dejar de ver a la familia solo como una responsabilidad privada y reconocer su valor como un actor social clave. Fortalecerla también es una estrategia de bienestar y creación de mejores comunidades. Impulsar estrategias que favorezcan la conciliación familiar, crear espacios comunitarios seguros, ofrecer educación emocional desde la infancia y fomentar una cultura de cuidado mutuo debería ser tan urgente como mejorar la infraestructura o combatir la inflación.
Esta transformación social no sólo comienza en las grandes decisiones, sino en los pequeños gestos cotidianos: una comida compartida, una conversación, una muestra de apoyo incondicional en tiempos donde domina el desconocimiento por lo que vendrá mañana.
Hoy más que nunca, México necesita reconstruir su tejido social para incentivar comunidades más sanas, por lo que es indispensable fomentar el esfuerzo en todas sus formas. Si apostamos por relaciones más sanas, respetuosas y afectivas, veremos los frutos no solo en los hogares, sino en las comunidades, ciudades y a nivel nacional.
La familia no es solo el núcleo de la sociedad. También es su mayor esperanza.
Director de comunicación de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.




