Por: Eduardo Tzili Apango
El retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos parece augurar un nuevo periodo de tensión en la política mundial en lo general, y para las relaciones entre China y el país norteamericano en lo particular. Cabe recordar que fue el mismo Trump quien inauguró una nueva fase en las relaciones internacionales al desatar la guerra comercial contra la República Popular China en 2018.
Esta nueva fase, cualitativamente distinta del periodo de Posguerra Fría, se puede denominar como la “Era de la Competencia Estratégica”, asemejándose a la Guerra Fría en el sentido de que la política mundial se está definiendo a partir de las interacciones entre las dos grandes potencias del momento, pero alejándose del conflicto bipolar porque tanto Beijing como Wa- shington no buscan destruirse mutuamente y han aceptado competir por espacios e influencia.
Durante la campaña electoral de Trump, la intención por continuar la competencia se hizo evidente. Por ejemplo, el entonces candidato republicano advirtió sobre un “ejército para atacar a Estados Unidos” formado por los migrantes chinos; también anunció aranceles de hasta 60% para productos chinos —incluyendo aranceles del 100% a autos eléctricos—; convocó a “acuñar, minar y fabricar” bitcoin en Estados Unidos, en detrimento de la empresa china Bitmain Technologies (que ostenta la gran mayoría del mercado de computadoras para minar bitcoin); reutilizó la noción racista del “virus chino” para caracterizar al Covid-19.
Incluso se habló del resurgimiento de la “Doctrina Lighthizer”, o la geopolítica de Trump que se apoyó en el nacionalismo y la guerra arancelaria para tratar con China durante su primer mandato. Es decir, se acudió a una narrativa contra China para fines electorales.
Sin embargo, la postura de Trump parece haberse flexibilizado posterior a su toma de posesión. De inicio —y sin precedentes—, Trump invitó al presidente de China, Xi Jinping, a su asunción como el 47vo presidente de Estados Unidos. Beijing anunció que el presidente no iría, pero en su lugar envió al vicepresidente, Han Zheng, en calidad de enviado especial.
Posteriormente, Trump no mencionó a China en su discurso inaugural más que una sola vez y de manera tangencial, afirmando que el país asiático es el operador del Canal de Panamá y no el país centroamericano. De las 37 órdenes ejecutivas firmadas por Trump en su primera semana de gestión, ninguna está específicamente dirigida contra China, como tal vez se hubiese esperado. Más bien, parece que el presidente estadounidense ha dado marcha atrás en una de las políticas más controversiales de la última fase de la gestión de Biden en lo que a China se refiere: la prohibición de TikTok.
Parece que Trump ha aprendido que China no es un país sencillo de doblegar.
* Eduardo Tzili Apango es profesor-investigador en la UAM-Xochimilco e integrante del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi).