Por GUILLERMO GUTIÉRREZ LEYVA
En los últimos meses, los corridos tumbados han pasado de ser un fenómeno cultural de nicho a ocupar titulares, debates políticos y espacios públicos. Géneros como este, una fusión entre el corrido tradicional, el trap y el hip hop, se han consolidado entre las audiencias jóvenes de México y Estados Unidos, logrando exportar una nueva identidad musical hacia mercados internacionales. Artistas como Natanael Cano, Peso Pluma o Junior H son parte de una generación que está redefiniendo lo que significa sonar a México.
Sin embargo, el éxito viene acompañado de cuestionamientos. El contenido de las letras, frecuentemente asociado con temáticas como la violencia, el narcotráfico o la ostentación, ha generado preocupación en distintos sectores. En estados como Aguascalientes, Sinaloa o Chihuahua, autoridades locales han comenzado a emitir sanciones, cancelar conciertos e incluso prohibir la interpretación de ciertos temas, como el caso reciente de “Cuerno Azulado” de Natanael Cano.
Desde la industria musical, estas medidas abren varios frentes de discusión. Por un lado, existe una inquietud legítima sobre cómo equilibrar la libertad creativa con la responsabilidad social. Por otro, preocupa que decisiones de este tipo puedan derivar en formas de censura discrecional sin criterios claros o consistentes.
No se puede negar que la música tiene influencia, especialmente entre públicos jóvenes. Pero también es cierto que, históricamente, ha funcionado como reflejo de contextos sociales complejos. Más que generar conductas, muchas veces las retrata. Y es ahí donde se vuelve necesario un análisis más profundo: ¿la raíz del problema está en la canción o en las condiciones sociales que la inspiran?
El caso de Natanael Cano en la Feria de Aguascalientes —donde interpretó el tema prohibido pese a las advertencias— puso sobre la mesa el contraste entre la regulación institucional y la demanda cultural. En lugar de apagar el fenómeno, lo visibilizó aún más.
Para la industria musical, esto representa un reto y también una oportunidad. Un reto porque se vuelve imprescindible generar espacios de diálogo sobre los límites, responsabilidades y matices del contenido artístico. Y una oportunidad porque obliga a repensar el rol de la música no solo como entretenimiento, sino como vehículo de expresión y resonancia cultural.
En momentos como este, es importante evitar posturas absolutas. Ni todo lo que incomoda debe prohibirse, ni todo lo popular está exento de crítica. Pero si algo ha demostrado la historia, es que silenciar una expresión cultural rara vez resuelve el problema de fondo.
Vicepresidente de A&R en Sony Music Entertainment México