Pocas enfermedades contemporáneas sorprenden tanto como la causada por SARS-CoV-2. Vamos, ni siquiera las patologías sociales y endémicas, quasi impensables, producto de la irresponsabilidad de la inmensa mayoría de los políticos encargados de acabar con la Tierra, semejan la entidad denominada pos-Covid-19, o, en inglés, Long COVID. El tácito hecho de no competir con las patologías de los inefables políticos en el mundo reitera la complejidad de las secuelas posteriores al contagio con el virus. En lo que va del siglo, ninguna enfermedad reciente reproduce los bretes secundarios a la pandemia debida a SARS-CoV-2. Por razones inentendibles, la pobreza y sus secuelas, i.e., muertes a destiempo, desnutrición in útero, baja estatura y pobre desarrollo intelectual, no son consideradas enfermedades: ¿cuántas personas mueren al año en México por hambre?, ¿cuántos niños pobres fenecen en el México del PRI-PAN-PRD-Morena por diarreas?
Tanto con nuestro Covid como con la entidad pos-covid-19, la ciencia y los Estados han fracasado. Escribí “han fracasado” y no “habían fracasado” con intención. Si bien las vacunas son un inmenso logro, su pésima distribución, escasa en naciones paupérrimas, y la creciente ola de movimientos antivacunas, sobre todo en países ricos, han impedido su uso masivo. La falta de vacunación a nivel mundial milita a favor del contagio del virus.
Marzo 11, 2019, es un hito histórico. Ese día la Organización Mundial de la Salud acuñó el término pandemia para referirse a la infección por el virus. Se calcula que han muerto 17 millones de personas en todo el mundo, que se han contagiado 760 millones y, de acuerdo a diversas instancias, aproximadamente 65 millones padecen Long Covid. Las cifras son inexactas debido a las enormes brechas en salud y a las diferencias entre las fuentes de información en países ricos y pobres. Subrayar esa realidad invita a comprender la dinámica mundial: a pesar de los datos quasi alegres del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional con respecto a los niveles de pobreza, el sablazo secundario a la pandemia empobrecerá más a las naciones pobres, víctimas de los países ricos.
Pos-Covid-19 es un reto enorme, vivo y en evolución. De ahí la falta de una definición universal. Los expertos explican, “Pos-Covid-19 es una enfermedad multisistémica, debilitante; sus síntomas fundamentales son fatiga, alteraciones cognitivas y dificultad respiratoria; las personas afectadas no pueden realizar sus actividades cotidianas durante meses o años”. En la página del CDC (Centers of Disease Control and Prevention, EU), Centros de referencia internacional, se leen, entre otros, los datos siguientes (los enumero y resumo para facilitar su comprensión): 1) El síndrome pos-Covid-19 es más frecuente en personas víctimas de enfermedad grave. 2) Las personas que no se vacunaron tienen más posibilidades de desarrollar pos-Covid-19. 3) En algunos individuos nunca se detectó la enfermedad. 4) Pos-Covid no es una entidad. Incluye, amén de los listados previamente, otros problemas: fiebre, dolor torácico, palpitaciones, “neblina mental”, dolor de cabeza, insomnio, mareo, “piquetes” en el cuerpo, alteraciones en el olfato y en el gusto, depresión, ansiedad, diarrea, dolor abdominal, erupciones cutáneas, dolor articular y muscular, alteraciones menstruales, etcétera.
El problema fundamental del Long Covid es dual. A nivel individual, atender, mejorar y de ser posible curar los síntomas es reto y necesidad. El segundo brete son las pérdidas económicas; entre 10 y 20% de los enfermos con Covid son víctimas de Long Covid. De los entuertos sociales, económicos, “filosóficos” y raciales escribiré la próxima semana.
Médico y escritor