Durante la preparatoria tuve la suerte de acudir a una escuela donde la tercera parte del profesorado era española. Había huido del franquismo y encontró gran y buen resguardo en México. Todos los integrantes, no dudo en escribir todos, eran grandes maestros en el más amplio sentido de la palabra. Aprendí mucho de ellos y fueron responsables de formar a muchos jóvenes bajo la óptica del conocimiento, del amor por la sabiduría y de la necesidad de vincular escuela, política y derechos humanos. México los acogió con los brazos abiertos y ellos, a su vez, abrieron los suyos para enseñar múltiples saberes, así como la necesidad de imprimir en el alumnado información sobre los sucesos en México y en el mundo para opinar y no ser simples transeúntes lejanos de los avatares de nuestro entorno, tanto cercano como lejano.
A muchos los recuerdo con profunda admiración y respeto. En ese tiempo yo acudía a una organización con tendencias socialistas. Varios nos acompañaron; dictaban charlas sobre marxismo y principios éticos. No pocos escribían en el gran periódico de esa época, el Excélsior. En más de una ocasión los he comparado, después de muchas décadas, con Robin Williams, el actor principal de la gran película La Sociedad de los poetas muertos (1989) en la cual Williams representa la actitud de un maestro de literatura con los alumnos en una escuela “elitista”.
Cada mañana, antes de iniciar el curso, el profesor motivaba a los discípulos con la celebérrima oración, Carpe diem, por medio de la cual los invitaba a laborar, a no perder el tiempo y a atrapar el día.
La docencia, entre otros sucesos, tanto en la escuela donde tuve la suerte de acudir así como en otros planteles donde varios mentores eran españoles, les permitió, con el tiempo, sepultar la calidad de refugiados; pronto fueron mexicanos en el sentido más amplio de la palabra. En la Facultad de Medicina también tuve la suerte de ser cobijado por algunos de ellos. Experiencias similares, humanas y académicas sucedieron con los Niños de Morelia y con el Ateneo Español fundado ¡en 1949! Las escuelas, el abrigo a los niños y las puertas abiertas del Ateneo representan la mejor muestra de los inmensos lazos que unen a México con España.
Ser maestro es tarea compleja. La inmensa mayoría de la camada magisterial proveniente de la necesidad de huir de Franco estaba constituida por grandes mentores: sembraban, motivaban, escribían y, porque no decirlo, zarandeaban.
La actitud de la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum, al seguir los pasos de su guía, Andrés Manuel López Obrador, amén de rayar en lo absurdo, es un adelanto de quién será, tras bambalinas o sin ellas, la figura que dirigirá al país el próximo sexenio. Es inadmisible que Sheinbaum, catalogada por la prensa y por el Partido Verde como científica, aunque lleve muchos años sin publicar artículos en revistas académicas, no haya invitado al Rey Felipe VI a su toma de posesión como presidenta. Amén del desprecio al Rey, independientemente de lo obsoleto y absurdo del título, la conducta de Sheinbaum aviva la actitud de su predecesor, quien, en más de una ocasión, exigió a España disculpas por los “agravios” cometidos durante la Conquista. Al mimetizar a su patrón, Sheinbaum consideró que la falta de respuesta del gobierno español por no desdecirse y aceptar sus culpas durante la Colonia, fue y es un acto de prepotencia según la lógica de ambos.
Apena la actitud de Claudia. Buena oportunidad le ofrece su futura ceremonia para celebrar el inicio de su presidencia y con ellos desmarcarse de tan disparatada exigencia. Su actuación, acrítica, alarma, molesta y obliga a preguntar: a partir del uno de octubre, ¿quién regirá el país?
Médico y escritor