Para Natalia Fischer. In memoriam
Hans Küng (1928-2021) fue —es— un ser admirable: teólogo, sacerdote católico y escritor de origen suizo presidió durante 18 años la Fundación por una Ética Mundial. Ética era su leitmotiv y su corazón. Ética era su modus vivendi. En un mundo despoblado por ética y moral, y poblado por guerra y latrocinios, regresar “un poco” a su corpus es necesario. Amén de haberse apellidado Küng, dignidad, ética y justicia eran parte de su heráldica. A las cualidades previas agrego congruencia. Ser congruente donde privan incongruencias es admirable. Su rectitud y su mirada ética no fueron toleradas por las autoridades de la Santa Sede. La sentencia de la Congregación de la Fe (1979) fue radical: “Se aparta (Küng) en sus escritos de la plenitud de la verdad de la fe católica. En vista de ello, no puede considerarse como teólogo católico ni enseñar como tal”. Para fortuna del mundo Küng nunca cejó. Habló y escribió hasta el final. Murió cuando tenía 93 años. Mucha de su invaluable aportación social, teológica y docente proviene de la ética. Sus legados son vitales.
Leo en uno de los cuadernos que me acompaña: “La justicia social, explica Küng, es el primer fundamento de una ética mundial”. Al lado de esa nota encuentro otra, “Las dos grandes metas de la ética son bregar por la justicia y aspirar a la felicidad”. Sumo las notas y pregunto, ¿es posible aspirar a la felicidad en países donde prevalece la injusticia?
Felicidad es un tema complicado. No ahondo en él; anoto tres ideas. Primera. La felicidad nunca es un estado permanente. Segunda. Ser o no ser feliz es un fenómeno relativo: varía entre las personas, cambia con la edad y difiere en una y otra cultura. Tercera. Si la injusticia es parte del modus vivendi, nacional, la felicidad es un bien difícilmente asequible. México como ejemplo: decapitados, miseria por doquier, emigrantes que mueren en los desiertos estadounidenses, corrupción e impunidad endémicas son características de un país injusto y vivencias contrarias a la idea de la felicidad.
En 1991, la Editorial Trotta publicó Proyecto de una ética mundial, uno de los libros fundamentales del teólogo suizo-alemán. La pregunta que da origen al libro es vigente: ¿podrá sobrevivir la humanidad sin una ética mundial? A 33 años de distancia, la respuesta, la leemos cada día en los atentados mundiales, es “sí, con dificultad, con miedo, con demasiados muertos sin razón, con distancias entre grupos humanos cada vez más amplias e insalvables”. Küng consideró que no habría ni paz ni justicia si no se construyen nuevos paradigmas de relaciones entre naciones y culturas basados en estándares éticos globales.
“Todo ser humano ha de recibir un trato humano”, dice Küng, síntesis kantiana y religiosa de lo que debería ser esencia de la humanidad. La necesidad de generar una ética mundial es urgente. Sin ella, la justicia, una de las grandes metas de la ética, será inasequible, y sin justicia nunca se logrará la paz mundial. En Proyecto de una ética mundial, Küng intitula el primer capítulo, No hay supervivencia sin una ética mundial. Y no la hay si quienes dirigen las riendas del mundo no basan sus políticas en la idea de justicia. El reto, como todos los retos que afronta la ética, es contagiarla en un mundo donde privan la individualidad, el tiempo líquido —Bauman dixit—, la injusticia, la pobreza, las diferentes expectativas de vida, y, sobre todo, la satrapía política. Aunque parece imposible luchar contra esas inequidades, ¿qué, si no la ética puede servir para contrarrestar el mal uso del Poder?, ¿qué, si no la ética, puede dotar al ser humano de justicia y felicidad? Küng: nos haces falta.
Médico y escritor