En la undécima tesis sobre Feuerbach , Marx invita y reta, “Los filósofos, hasta aquí, sólo han dado del mundo distintas interpretaciones; lo que importa es transformarlo”. Marx murió hace mucho tiempo (1883). Desde entonces, sus lectoras y lectores lo revivimos en forma intermitente. Su legado no ha muerto del todo ni lo hará en el futuro. Su tesis no es una crítica directa ni feroz contra los filósofos, es, así lo leo, un intento de explicar el mundo, sus correrías exitosas y sus tropiezos lamentables. Hoy Marx sostendría su tesis por la situación actual del planeta y seguramente voltearía también, aunque ajena no le era, a la ciencia.
Erróneo aseverar que la ciencia ha fracasado; inadecuado laudarla sin cuestionar y rendirse ante ella sin antes leer sus aciertos y sopesarlos contra sus desaciertos. Imposible entender el mundo sin ahondar en los derroteros del cientificismo. Me apoyo en el gran Tzvetan Todorov . En Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX (Península, 2002), escribe, “El punto de partida del cientificismo es una hipótesis sobre la estructura del mundo: éste es por completo coherente. En consecuencia, el mundo es como transparente, puede ser conocido completamente por la razón humana. La tarea de este conocimiento se confía a una práctica aplicada, llamada ciencia. Ninguna parcela del mundo, material o espiritual, animada o inanimada, puede escapar al imperio de la ciencia”.
A la luz de las enfermedades de la Tierra, más evidentes que cuando se publicó la versión original en francés (2000), la tesis del pensador franco/búlgaro debe reinterpretarse con otras miradas, sobre todo, la de un mundo súper poblado que no deja de golpear a la Tierra, cada vez más agostada.
El progreso de la ciencia y de uno de sus productos, la tecnología, en ocasiones valiosa, en ocasiones perjudicial, es innegable; sin embargo, Perogrullo dixit, sus logros no son universales. Basta penetrar en la salud de nuestro planeta y leer o releer los comentarios científicos sobre los males que la acechan, muchos, no todos, debidos al uso inadecuado o excesivo de la tecnología.
Tras leer las reflexiones expresadas por Marx y Todorov sobre filosofía y ciencia es necesario concatenarlas con las entrañas íntimas del mundo amplio, el de la África profunda y pobre y el de Suiza, real para los helvéticos irreal para la mayoría de los habitantes de la Tierra. ¿Nos encontramos ante un impasse? Aseverar que filosofía y ciencia han fracasado es erróneo. Ambos campos son creaciones, grandes creaciones humanas. Pernoctar sin interrupciones y no ser presa de desasosiego es también erróneo. Ni Marx ni Todorov, han fenecido. Sus admoniciones son vigentes y sus ideas obligan e invitan, en la misma tesitura, a cavilar en los usos de la ciencia y de la tecnología, no siempre adecuados ni acoplados a las “urgencias de la humanidad y de la Tierra”, así como en el poco aprecio, en ocasiones nulo, de la filosofía y del humanismo en la enseñanza básica. Obligan a cuestionar, por un lado, el divorcio, como ya lo anticipaba CP Snow en su nunca viejo ensayo, Las dos culturas (UNAM, 2020), publicado en inglés en 1959, entre ambos saberes. Snow hablaba, con razón, acerca del divorcio entre ciencia y filosofía y sostenía que la falta de diálogo entre filósofos y científicos impide progresar. Snow tiene razón.
Ni Marx ni Todorov ni Snow se han ido. El primero feneció en 1883; el segundo en 2017 y Snow en 1980. Sus miradas siguen vivas y los desaciertos de nuestra especie se reproducen, cada vez, con mayor celeridad.