La ciencia crece y se disemina con mayores tropiezos que otras instancias como la religión, los creacionistas, y en ocasiones, contra personajes siniestros como, Robert Kennedy Jr., a la postre, apéndice y fanático de Trump, cuyas teorías versus realidades tangibles y mortales como el Covid ponen en peligro a los seguidores de sus barbaridades. Con frecuencia, la fe triunfa sobre la razón: el caso Kennedy es un ejemplo vivo.
Días atrás renunció Francis Collins, afamado genetista, a la dirección del Instituto Nacional de Salud en Estados Unidos, una de las instancias más importantes en el rubro de la ciencia y sus vínculos con la salud. Su dimisión, tras 12 años como director, se debió a recortes presupuestarios y despidos injustificados de la institución por órdenes del gobierno trumpista y sus secuaces incondicionales, entre ellos, el nefasto Kennedy Jr. Los ataques trumpistas incluyen otras instituciones como la Organización Mundial de la Salud, el Centro para el Control de enfermedades en EU y la Agencia Estadounidense dedicada al desarrollo internacional, así como la atención y ayuda a civiles extranjeros.
Ciencia y política conforman un binomio inseparable. La primera debe alimentar a la política en busca de las necesidades de la comunidad. La política tiene que seguir las sugerencias de la ciencia para brindar seguridad e información de todo tipo, i.e, en salud, en vivienda, en contaminación, en transporte, etcétera. De no reconocerse los vínculos entre una y otra, sobre todo ahora bajo le égida de Trump, los demagogos en EU seguirán atacando a la ciencia.
La ciencia debe vincularse con la política tanto para fortalecer su crecimiento como para proteger a los más vulnerables. Problema fundamental, en muchas naciones, es la mediocridad de sus dirigentes políticos, cuyos recursos intelectuales no son suficientes para entender el valor de la ciencia.
En el mismo rubro, la ciencia requiere, además, para su crecimiento, apoyo económico, tanto de instituciones privadas como gubernamentales. Un ejemplo médico: algunos fármacos salen al mercado después de veinte o más años de investigación.
Hay quienes sostienen que la politización de la ciencia puede disminuir su credibilidad; dichos conceptos son, por supuesto, equivocados. Durante los periodos iniciales de la pandemia por Covid-19, la información científica contribuyó en difundir información para que la sociedad entendiese la magnitud de la crisis.
Si los argumentos políticos se apoyasen en argumentos científicos tales como el impacto del cambio climático, las consecuencias de la pobreza en la salud y en la calidad de vida o los peligros de la diseminación de procesos infecciosos, ambas instancias, política y salud, se verían beneficiadas.
Las reflexiones previas intentan explicar la necesidad de fortalecer el vínculo entre ambas. Las sandeces de Trump y esbirros son muy serias. Convencidos y fanáticos del creacionismo y por ende detractores de la ciencia, sus amenazas, a pesar de los cambios de opinión de Donald, en ocasiones en cinco minutos, no deben pasar desapercibidas. Los creacionistas aseguran que tanto la vida como el universo fueron creados por Dios o alguna fuerza sobrenatural. Dios es el responsable de todo lo existente, y, para ellos no existe la evolución y las sagradas escrituras dicen la verdad; para los trumpistas el diseño de la vida inteligente “superior” es/fue la responsable de la creación de seres humanos.
Trump y sus teorías creacionistas van ganado la batalla. Sus amenazas seguirán creciendo. La mayor esperanza radica en los estadounidenses hartos de él. A los habitantes de otras latitudes nos toca exponer sus sandeces.
Médico y escritor