A lo largo del año que está próximo a concluir se ha mantenido la preocupación sobre el impacto que tiene y tendrá el aumento de la inflación, en particular para los grupos más vulnerables de la sociedad. Esta inquietud no sólo proviene del Banco de México, como el principal responsable de mantener el poder adquisitivo del peso mexicano, sino también se encuentra entre la propia población, especialmente entre las personas más pobres, quienes día con día ven cómo el impuesto inflacionario -el más caro de una economía-, va deteriorando su nivel de ingresos. La inflación también se ha convertido en una preocupación creciente para los empresarios, ya que, de seguir aumentando, el rendimiento de sus inversiones financieras a corto y largo plazo se verá afectado a la baja. A su vez, el horizonte de planeación de sus proyectos productivos también se ve impactado al momento de considerar pagos financieros, amortizaciones y rentabilidades, en virtud de que tienen que ser ajustados cada vez que se mueve la tasa de inflación y, en consecuencia, se ven obligados a postergar los plazos de inversión, lo que lleva también a que la recuperación económica del país sea más lenta.
En tanto que, cada vez que las expectativas de la inflación superan al objetivo de la tasa para este año, el banco central tiene que recurrir a un aumento en la tasa de interés objetivo. Esto se suele llevar a cabo con el propósito de abatir los precios y disminuir sus efectos en el nivel de vida de los ciudadanos. En este escenario, cabe preguntarse si la evolución de los precios responde a la coyuntura del Covid-19 o al comportamiento reciente que ha presentado la economía mexicana.
En el más reciente reporte de la inflación, dado a conocer por el Inegi, observamos que desde que inició el confinamiento (marzo del año pasado) hasta octubre de este año, la inflación promedio mensual alcanzó el valor de 0.39%, lo que representa un porcentaje relativamente estable, dado que hubo periodos al alza y a la baja. Sin embargo, donde mejor se refleja el aumento de la inflación es en la tasa anual, ya que en marzo de 2020 se ubicaba en 3.25% y para finales de octubre de este año cerró en 6.24%, un aumento en parte explicado por los incrementos que se han presentado en el precio de los energéticos; esto último forma parte de la inflación no subyacente, que ha sido el componente que en los últimos años ha incidido de manera importante en el nivel general de precios.
Es importante señalar que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicó el año pasado un trabajo de investigación, ‘La inclusión en tiempos de Covid-19’, en el cual señala que una inflación baja está asociada con una reducción de la pobreza y a una clase media en ascenso, y que la inflación esta correlacionada positivamente con el desempleo y negativamente con la desigualdad.
En este contexto, esperemos que los niveles de inflación sean producto de la pandemia. Aun así, el panorama general indica que el Banco de México tiene un reto bastante complicado para los próximos meses en materia de política monetaria e inflacionaria. De no revertirse, como se menciona en el estudio, la población mexicana seguirá padeciendo los efectos inflacionarios en mayores niveles de pobreza, desempleo y desigualdad, mientras que el sector empresarial continuará aplazando sus proyectos de inversión.