Raúl Padilla López supo ser, de todas las formas posibles, una figura brillante, audaz, visionaria y —necesariamente— controversial. Transitó por los sinuosos caminos de la política universitaria y estatal, pero sobre todo sembró y cultivó instituciones culturales de gran calado; mencionar sólo una de estas produce admiración y respeto globales: la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Para dimensionar la obra de Padilla es preciso reconocer que tuvo una proyección nacional y mundial muy pocas veces vista. Y todo esto desde Jalisco, la tierra que lo vio nacer el 3 de mayo de 1954. Ahí vivió las turbulencias políticas de los años setenta —no exentas de violencia— que repercutieron de manera muy evidente en la Universidad de Guadalajara que él llegaría a encabezar como rector años después, para emprender un proceso de reforma que le dio nuevos aires a esta institución académica.
Ya en este siglo abrazó las aspiraciones presidenciales de Andrés Manuel López Obrador, para luego experimentar el desencanto y, finalmente, la confrontación con él mismo ya siendo habitante del Palacio Nacional. Lo primero fue una adhesión natural a las causas sociales que decía representar AMLO; lo segundo, la inevitable conclusión de cualquiera con sentido común y valores elementales ante un personaje que terminaría ofreciendo resultados más propagandísticos que reales como Jefe del Ejecutivo; lo último, el choque, se entiende mejor desde la determinación presidencial de castigar a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y a su arquitecto, por haber osado cobijar la crítica frente a su poder, cada vez más monolítico.
Desde la cotidiana conferencia palaciega, Padillla fue definido como “cacique” de la UdeG y la FIL, así como consentido de los intelectuales que forman parte de la “élite conservadora”. No fue rara esta manifestación de desprecio: el Presidente, obviamente, detesta a todos sus adversarios, pero guarda una especial animadversión hacia aquellos que le han retirado su apoyo, así como a quienes en razón de sus lazos familiares él presume que deberían estar a su lado (Lorenzo Córdoba, por ejemplo, con quien siempre emplea la expresión: “el padre era otra cosa”).
No es difícil definir qué es una “élite” (“conservadora” o no). La que cultivó Raúl Padilla y que siempre le corespondió con sobradas muestras de afecto y reconocimiento era, ni más ni menos, la que presidían todos los premiados en el ámbito literario por la Feria del Libro de Guadalajara: Nicanor Parra, Juan José Arreola, Eliseo Diego, Julio Ramón Ribeyro, Nélida Piñón, Augusto Monterroso, Juan Marsé, Olga Orozco, Sergio Pitol, Juan Gelman, Juan García Ponce, Cintio Vitier , Rubem Fonseca, Juan Goytisolo, Tomás Segovia, Carlos Monsiváis, Fernando del Paso, António Lobo Antunes, Rafael Cadenas, Margo Glantz, Fernando Vallejo, Alfredo Bryce Echenique, Yves Bonnefoy, Claudio Magris, Enrique Vila-Matas, Norman Manea, Emmanuel Carrère, Ida Vitale, David Huerta, Lídia Jorge, Diamela Eltit y Mircea Cărtărescu.
Me he permitido desplegar la lista completa de galardonados por la FIL porque hasta el crítico más exigente tendrá que reconocer que ahí se ha establecido un canon de enorme valor y trascendencia. No son, no fueron (los que ya murieron), “conservadores” de ninguna especie, pero sí miembros de una élite: simplemente lo mejor y más influyente de las letras y las ideas universales de nuestro tiempo, acompañados siempre por otras tantas figuras que han hecho de la FIL una visita obligada.
Lamento que no hayan faltado quienes para justiticar algún sueldo o ratificar su servilismo, se ocuparan estos días de sacar “los trapos sucios” de la trayectoria de Raúl Padilla. Son los redactores “valientes” que se destacan por patear cadáveres, aunque se haya visto a más de uno saludar con humildad y hasta sumisión a Padilla en vida, pelear un lugar para entrar a sus cocteles o hacer hasta el ridículo para rozarse con sus invitados.
Sin embargo, el personaje político, mala o buenamente juzgado, quedó muy detrás del animador cultural, que es como será recordado Padilla. Y será una lástima no volverlo a ver organizando el mayor encuentro librero de Hispanoamérica, la gran fiesta, el hogar común de las letras; paseando entre los corredores de la FIL con su invitados; viéndolo tomarse un tequila al lado de Emmanuel Carrère o Vila-Matas o comentarnos, lleno de entusiasmo, cómo este país hubiera podido ser mejor en el terreno cultural.
Nada será igual para la FIL y para la UdeG sin Raúl Padilla. Me imagino que él lo sabía y que habrá dejado dispuesto todo cuanto estuvo a su alcance para defenderlas, hoy más que nunca, de los embates que por lo visto seguirán sufriendo este tipo de instituciones en tiempos poco propicios para los libros y las ideas.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González