No conformes con ser o sentirse entre los pueblos más felices de la tierra –de acuerdo con varias encuestas internacionales y del propio INEGI– los mexicanos declaran también tener confianza plena en su gobierno, apenas por debajo de la que tienen los habitantes de Suiza y Luxemburgo en los suyos.
Este último dato proviene ni más ni menos que de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que asegura que un 53.6% de los mexicanos tiene una gran confianza en su gobierno. La encuesta del organismo fue hecha a finales del año pasado y busca medir la percepción de los ciudadanos frente a sus instituciones.
El resultado en México es poco menos que asombroso, sobre todo si consideramos que en este rubro la media en los 30 países considerados es del 39.3%. Muchos críticos nos hemos burlado del comparativo con Dinamarca en lo relacionado con el sistema de salud, pero si tomamos en cuenta este informe sobre la percepción que tienen muchos mexicanos del gobierno en general, evidentemente a estos no les resulta exagerado el símil con el país nórdico.
Hay que reconocer entonces que aunque Dinamarca no es, obvia ni objetivamente, el nivel de referencia para nuestro sistema de salud, sí se ha convertido en algo así como un estado mental, anímico, con el que más de la mitad de los mexicanos miran a México. Y puestos a comparar, según la OCDE la confianza mexicana en su gobierno supera a naciones como Canadá (48.5%) Bélgica (47.2%), Noruega (47.6%), Finlandia (47%) e Irlanda (46.6%), pero es mucho mayor con relación a Chile (30.4%) o el Reino Unido (26,7 %), países todos que acaso son más exigentes que el nuestro o que no han tenido la fortuna de ser gobernados por Morena.
Frente a esto, no nos resta más que reconocer que el encantamiento que ha vivido este país durante el gobierno de López Obrador ha sido mayúsculo, a tal punto que los mexicanos se preparan, con el mismo optimismo, a vivir otros seis años “haciendo historia” y disfrutando el ejercicicio del poder de quienes dicen ser “la esperanza de México”.
Esta mayoría de mexicanos –que demostró serlo electoralmente, pero nunca mayor a los apáticos– está convencida de las bondades del gobierno morenista. Más allá de cualquier problemática, de las muchas que tiene el país, experimenta una sincera esperanza en su futuro. ¿En qué funda su esperanza? A estas alturas ya hay cierto consenso en que esta fe descansa en un gasto en programas sociales sin precedente, mismo que el gobierno supo administrar con una eficacia clientelar a prueba de todo, donde “todo” significa enorme inseguridad (con tasa récord de homicidos), sistemas de salud y educación catastróficos, latrocinios de escándalo, obras inservibles, militarización del país o destrucción de instituciones democráticas y contrapesos.
Mientras que ingenuamente muchos críticos pensamos que en las elecciones se impondría la sensibilidad hacia temas como la inseguridad, la gente ha reaccionado tal y como lo esperaban los operadores morenistas: viendo su día a día desde el punto de las pensiones, becas y apoyos que les presta el gobierno. Concedamos entonces que un gobierno que reparte dinero –aun de forma desordenada, discrecional, sin padrones rigurosos y hasta con corrupción– no puede en ningún caso ser impopular o poco confiable. La lógica de esta mayoría de mexicanos (que no la mayoría real) ha sido clarísima: ¿Qué puede ser más importante que contar con el dinero de los programas sociales en el bolsillo?
Estos mexicanos felices, crédulos y optimistas no querrán saber que este año el costo de la deuda (contraída para sostener entre otras cosas sus pensiones y becas) alcanzará el 3.7 por ciento del PIB, algo que no vivíamos desde hace más de 30 años. Menos aún querrán saber que nos esperan, en consecuencia, más impuestos o recortes al gasto público, o ambas cosas.
Asombrosamente, creen que el gobierno no tendrá nunca restricciones en el gasto social con el que los convenció de ser el mejor de la historia. Y todos quisiéramos creerlo, pero resulta imposible: las cuentas –el déficit– no checan con tanta bondad (y eso sin contar los sobresaltos que el peso y las finanzas pueden sufrir por impulsar obsesivamente reformas como la del Poder Judicial).
Uno podría intentar introducir cierto realismo citando por ejemplo la famosa canción de Chava Flores “A qué le tiras cuando sueñas mexicano”, pero no creo que sea suficiente para calmar tanto entusiasmo. Me temo que los críticos vamos a seguir pareciendo, además de conservadores, vendidos y otras lindezas, unos amargados frente a tanta felicidad, credulidad y optimismo.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez