Siria es una de las naciones más desdichada de la tierra. Son muy pocos los periodos históricos en los que ha mantenido una relativa estabilidad, como cuando formó parte del imperio romano entre el año 64 a. C. hasta 636, o bien, la época en que perteneció al Imperio Otomano desde 1516 hasta 1918. El resto de su historia se descompone en una multitud de episodios caóticos donde la violencia, la tiránica degradación de los derechos y libertades, junto con la intolerancia étnica y religiosa fueron sentando sus reales.

Es terrible reconocerlo, pero tras la salida de las tropas francesas en 1946 (había estado bajo control de Francia desde el final de la Primera Guerra Mundial), ya declarada su independencia, Siria no pudo construir un gobierno que le trajera paz y desarrollo. Magnicidios, revoluciones y golpes de estado fueron el contexto para que a finales de los años 50 Chukri el-Kuatli encabezara un gobierno que terminaría por abrirle las puertas a la Unión Soviética, en aras de construir la efímera República Árabe Unida junto con Egipto.

Ahí comenzó la adhesión de Siria al proyecto estratégico de la URSS en la región, algo que continuaría después del golpe de Estado de Hafez al-Asad en 1970. Desde ese momento, la familia al-Asad gobernó dictatorial y dinásticamente el país, sumiéndolo aún más en el atraso, la miseria y la ausencia total de libertades. A la llegada de la que se conoció como la “Primavera Árabe”, en 2010 y 2011, Bashar al-Asad consiguió mantenerse en el poder a sangre y fuego, extremando su salvaje dictadura con el apoyo de Irán y Rusia.

Sólo ahora el mundo conoce con detalle cómo la brutalidad y barbarie contra sus opositores –ejemplificadas en la infernal prisión de Sednaya, un auténtico “matadero” como lo definió Amnistía Internacional– fue la principal herramienta del régimen de Bashar al-Asad para mantenerse en el poder durante los 13 años de guerra civil.

Desgraciadamente, la caída de Bashar al-Asad no asegura que el régimen que lo suceda pueda sentar las bases de algo diferente. Son muchas las fracciones armadas “vencedoras” y muchas también sus diferencias entre sí; desde grupos que responden a intereses foráneos, étnicos y religiosos, hasta otros como la dominante Hayat Tahrir al Sham (HTS), Organización para la Liberación del Levante, comandada por Abu Mohammed al Jawlani, quien ahora promete moderación pero que tiene un claro pasado terrorista dentro de Al-Qaeda.

Hace 10 años, el politólogo David Runciman resolvió iniciar su libro Política, (Turner, 2014) contrastando la situación de Siria con la de Dinamarca. En ese texto decía: “vivir hoy en Siria significa estar atrapado en una especie de infierno: una vida aterradora, violenta, impredecible, miserable y, para demasiados sirios, muy corta. Mientras escribo estas líneas, el número de fallecidos en la guerra civil, se sitúa entre los 80,000 y los 200,000 (la brecha entre estas cifras da la medida de la gravedad de la situación: los muertos han desaparecido en una nube de desinformación). El número de desplazados asciende a varios millones, y casi todos los habitantes del país han visto su calidad de vida drásticamente reducida por culpa de la violencia…”

La actualización del saldo de la guerra civil es simplemente terrorífica: al menos 600 mil personas han muerto; 2.1 millones han resultado heridas; 7.2 millones son desplazados, mientras que unos 20 millones dependen de la ayuda humanitaria para poder sobrevivir.

En el citado libro de Runciman, este también afirmaba que “lo que distingue a Dinamarca de Siria es la política. La política ha contribuido a que Dinamarca sea lo que es. Y también ha contribuido a que Siria sea lo que es”. Si, como decía Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios”, habría que decir que en Siria más bien la guerra ha continuado a la guerra en una espiral de violencia siempre ascendente en el último siglo. La política simplemente no ha tenido espacio; sus raras apariciones siempre fueron suprimidas por las armas.

La democracia no es una panacea que resuelva todos los problemas, pero finca las bases para su solución pacífica y el desarrollo. Por el contrario, la tiranía y el totalitarismo siempre son, como demuestra la historia, el mejor ambiente para la ruina económica y social de las naciones. La lección es clara, pero los autoritarios de todo el mundo se niegan a asimilarla. Siria ejemplifica de forma extrema el desastre al que conduce la ausencia o destrucción de las instituciones democráticas.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

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