Que la mayoría siempre tiene la razón lo dice, por lo general, la misma mayoría. Sin embargo, la historia demuestra de manera muy puntual y dramática todas las ocasiones en que la mayoría en muchos países –aun aquellos considerados con un gran nivel educativo– se entregó a un proyecto o, peor, a un líder, que los cautivó inicialmente pero que al final terminaron rechazando o repudiando.
Por supuesto, todos los líderes que condujeron a sus pueblos a no pocos desastres hicieron en su momento apología de las masas, de su bondad y sabiduría, versus la maldad y perversión de las élites (desde las económicas hasta las intelectuales). La popularidad de estos dirigentes llegó a ser también enorme, hasta que la realidad pasó la amarga factura de sus acciones y la gente lo resintió en sus derechos y libertades, así como en sus bolsillos.
Ya me referí en estas páginas al hecho de que hoy mismo la mayoría de los mexicanos se siente increíblemente feliz y manifiesta una gran credulidad y optimismo acerca del futuro nacional. Frente a esta percepción dominante, los críticos aparecemos, por lo menos, como unos insoportables y amargados aguafiestas.
Una encuesta de Ipsos (“Sentimiento y Expectativas Post Elecciones 2024”) señalaba recientemente que un 60% de los mexicanos está de acuerdo con que Morena tenga mayoría en el congreso y un 50% espera que los cambios sean moderados. Al mismo tiempo, un 33% espera cambios radicales por parte del nuevo gobierno.
Es de suponer que la mayoría de estos mexicanos no ven ningún inconveniente en que el partido en el poder se sirva con la cuchara grande de la sobrerrepresentación para alcanzar la mayoría calificada y llevar a cabo un conjunto de reformas que van a dar lugar, sin duda, a un nuevo régimen donde los dueños de “la mayoría” van a concentrar como nunca todo el poder. Pero también me queda claro que dicha mayoría no tiene idea puntual del impacto que puede tener esto en sus vidas.
Por otra parte, es posible advertir cierta contradicción en las expectativas de esta mayoría: está de acuerdo en que Morena tenga mayoría en el Congreso, pero también espera en gran medida que los cambios sean moderados. ¿Dónde o cuándo se ha visto moderación en Morena? ¿Puede una mayoría parlamentaria irreflexiva y servil como esta guardar moderación? ¿Qué puede significar “moderación” cuando tienen proyectado robarse la mayoría calificada a través de una ilegal sobrerrepresentación?¿Podrán sus diputados y senadores ser moderados cuando la instrucción que tienen y que acatarán sin chistar es maniatar al Poder Judicial? ¿Moderación aplastando a los partidos de oposición, reduciendo aún más su representación eliminando, por ejemplo, las diputaciones plurinominales?
Ahora bien, al menos la mayoría electoral con la que ganó Morena no es suficiente, como sabemos, para aprobar las reformas constitucionales planeadas por López Obrador. Le hace falta una sobrerrepresentación, más allá de lo que dicta la legalidad constitucional, para alcanzar la mayoría calificada indispensable para modificar la Carta Magna.
De ahí que la ruta que se plantea seguir el partido en el poder es atrozmente simple: violar la Constitución para sobrerrepresentarse rompiendo el límite de 8% a partir de una lectura torcida de la ley, y ya con esa mayoría fraudulenta aniquilar la independencia del Poder Judicial, emprender una reforma electoral que favorezca a Morena como el nuevo “partidazo” y otras iniciativas abiertamente autoritarias.
La batalla para impedir que la sobrerrepresentación ilegal de Morena y sus aliados se concrete, está corriendo a cargo básicamente de algunos sectores y voces de la sociedad civil. Destacadamente han sido Lorenzo Córdoba, José Woldenberg y Ciro Murayama (todos exconsejeros del INE), entre otros, quienes han llamado la atención sobre este tema y sus profundas implicaciones antidemocráticas.
Hace unos días, Xóchitl Gálvez, la excandidata presidencial de la coalición opositora, expresó la necesidad de convocar la movilización ciudadana. Sin embargo, increíblemente, los partidos de oposición parecen estar ausentes y más extraviados que nunca; diríase que sus dirigentes están únicamente interesados en su futuro personal.
El panorama es desolador. La democracia mexicana, esa joven experiencia con apenas unas décadas de vida, puede morir a manos de quienes precisamente se valieron de sus reglas para acceder al poder. Cuentan, es cierto, con la mayoría; una mayoría confiada y siempre esperanzada, pero también sumamente voluble. Hay que recordar que también esa mayoría sacó y trajo de regreso al PRI, puso y quitó al PAN. Desgraciadamente, me temo que la próxima vez que cambie de opinión será demasiado tarde: el juego democrático habrá terminado.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez