En octubre del año pasado, en una de esas conferencias mañaneras en las que demuestra su inmensa capacidad para dejarnos perplejos, el Presidente López Obrador citó como si nada –como entre dientes, con esa entonación extraña que usa para pronunciar los nombres extranjeros– al mismísimo Visarión Grigórievich Belinski. En realidad nada más dijo, rapidísimo, Belinsky, pero de seguro eso fue suficiente para que más de un universitario arqueara la ceja, como cuando López Portillo citó a Hegel.
No era la primera vez que el jefe del Ejecutivo nos deleitaba con esa cita del crítico ruso del siglo XIX (“cuando una persona se entrega por entero a la mentira pierde hasta la imaginación y el talento”), ni tampoco la primera en que atacara con ella a los intelectuales que han sido críticos con su gobierno.
Me conmueve que la rusofilia del Presidente López Obrador aflore con cualquier pretexto y de las más distintas formas. Sus asesores quizá le pidan que se anime a citar a Lenin o al camarada Stalin (si no fuera tan mal visto), pero él prefiere un clásico impoluto como Belinsky, ni más ni menos, quien por cierto, también le dijo a un amigo: “ante todo, debes abandonar la política y guardarte de la influencia de los políticos sobre tu modo de pensar”. Y eso que en su época la política estaba más bien proscrita por el poder total de los zares. ¿Qué habría dicho Belinsky de políticos como el inefable Vladimir Putin o su colega mexicano Lopez Obrador?
Pronto se cumplirá un año desde que las tropas rusas comenzaron la invasión a Ucrania. Desde el primer minuto y de forma eufemística, esta fue definida por Moscú y sus aliados como una “operación militar especial”. Así, al mismo tiempo que ordenaba los primeros bombardeos y disparos contra Ucrania, el gobierno de Vladimir Putin puso en marcha una vasta campaña propagandística que ha intentado legitimar esta violenta e ilegal incursión en suelo ucraniano que hasta hoy representa, por su escala y peligrosidad, la mayor conflagración en Europa desde la última guerra de los Balcanes en los años noventa.
Como buen exjefe del Servicio de Seguridad Federal, el órgano sucesor de la KGB, de la que también fue agente, Putin sabe que una parte importante de las guerras las gana o las pierde la propaganda. Y él hace todos los días su parte difundiendo una cantidad escandalosa de mentiras con las que pretende salvaguardar su imagen de “pacífico” dirigente que se ha visto obligado por las circunstancias ha emprender la “desmilitarización” y –todavía más inverosímil– “desnazificación” del país vecino.
La credibilidad de Putin en Europa, y aun en Rusia a pesar del férreo control que ejerce sobre los medios de comunicación, es muy baja. Pero no le faltan simpatizantes entre los gobernantes populistas, autoritarios o abiertamente tiránicos de Asia, África y, por supuesto, América Latina.
Vergonzosa, pero no incréiblemente, el Presidente López Obrador es uno de los fans más fervientes con que cuenta Putin. Desde un primer momento adoptó la consigna rusa de no referirse al tema como si se tratara de una “invasión”; para él es simplemente “un conflicto”, “una guerra” entre dos países, pero nunca una alevosa y criminal invasión. Eso le permite, desde luego, obviar a las miles de víctimas civiles de Ucrania que han perecido bajo el fuego y los bombardeos rusos; y también ignorar a los más de siete millones de ucranianos que han tenido que abandonar su país, produciendo la crisis humanitaria más grave en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
El “pacifismo” es la mejor careta que pueden usar en estos tiempos los amigos de Putin en todo el mundo. Por eso López Obrador ha presentado incluso alguna iniciativa para el cese al fuego: una tan singular que enfatiza en abstracto la paz condenando el envío de armas a Ucrania, pero sin pedir que los invasores rusos se retiren.
En su más reciente perorata “pacifista”, AMLO lamentó el envío de tanques alemanes a Ucrania, criticó a la ONU y fustigó al poder mediático “usado por las oligarquías en el mundo para someter a los gobiernos”. Habló con tanta neutralidad –puesto que practica y defiende el “no intervencionismo”– que la Embajada rusa en México no pudo menos que agradecerle sus palabras.
Ya va a ser un año de que la complicidad del gobierno de López Obrador con la criminal invasión de Putin a Ucrania se mantiene. Cada bomba rusa que asesina civiles en Ucrania sin que México la condene, sigue manchando y destruyendo la que alguna vez fuera la digna política exterior de nuestro país.
FB: Ariel González Jiménez