La Cuarta Transformación está cambiando de piel: deja atrás su apariencia híbrida –esa que le asignaron diversos analistas que coincidían en que no era plenamente democrática ni tampoco autoritaria por completo– para ser, ya sin tapujos, la autocracia que soñó ser.

Esta mudanza epidérmica ha sido bastante rápida en el primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum. Los cambios de gran calado que según ella y su partido reclama “el pueblo” se han venido acelerando; el “segundo piso” de su proyecto transformador, asentado en una mayoría en el Congreso constituida de manera golpista e ilegal, ha venido aprobando al vapor un conjunto de reformas igualmente ilegítimas que están cambiando el paisaje social, político y económico del país.

Morena sigue, pues, “haciendo historia”. Sin embargo, los problemas más importantes del país no se han resuelto, más bien se han acumulado y profundizado; las tensiones y violencia a cargo del crimen organizado son, como nunca, parte de la realidad cotidiana; la crisis económica, en el mejor de los casos, se sigue postergando gracias al endeudamiento y los penosos ahorros de un Estado que, para cualquier efecto, está en la penuria.

Del frente externo, ni hablar: la debilidad con “cabeza fría” era hasta ahora su carta más fuerte, pero las circunstancias se tornan cada vez más complejas. Ahora sí exigen pruebas a la oficina del Tesoro de EU, pero antes los hacía felices que, sin ellas, García Luna fuera condenado. En su “frialdad”, por otra parte, desconsideran un pequeño detalle: el país al que le piden “pruebas” acaba de bombardear a otro que está a miles de kilómetros sin mostrar prueba alguna de que fuera a concretar la construcción de una bomba atómica.

En fin, previniendo los efectos de la crisis (interna y externa) en curso y para evitarse la molestia de tener que mantener el poder en un contexto de reglas democráticas, pluralismo y competencia partidista, Sheinbaum necesita con urgencia abandonar la desgastada cutícula seudodemocrática que le heredó López Obrador, para ingresar sin ambages al autoritarismo castro-chavista que la cautiva desde sus mocedades universitarias.

En esa lógica, la señora presidenta ha ordenado al Congreso trabajar en un conjunto de reformas que profundizan la militarización, la vigilancia, espionaje y control policiaco de los ciudadanos, la opacidad legislativa y la censura. Por supuesto, queda ya en la bandeja de entrada una reforma electoral que someterá por completo al INE y que pondrá fin a la “costosa” representación plurinominal, precisamente ahora que su partido tiene la mayoría.

Ni al más infame de los tahúres se le ocurriría cambiar las reglas del juego cuando va ganando todas las partidas, pero al gobierno de Morena claro que sí. ¿Por qué no, si lo puede presentar como un mandato más del “pueblo” al que se deben?

Dejo a otros el ingenuo ejercicio de seguir buscando diferencias –las hay, obvio, todas de matiz– entre la presidenta y su antecesor (pero sobre todo mentor), o seguir esperando un deslinde que jamás ocurrirá, como ella misma ha advertido con absoluta transparencia (la única que se le conoce). Nadie lo debería olvidar: el proyecto autoritario es uno, se llama oficialmente Cuarta Transformación y lo comparten promiscuamente montones de expriistas, otros tantos excomunistas, algunos expanistas y no faltan incluso los que vienen de El Yunque y de varias sectas religiosas como la Luz del Mundo.

Entre tanto, los periodistas críticos y los medios de comunicación que los albergan, pueden prepararse: toda la canalla política que sea denunciada o apenas cuestionada podrá sentirse ofendida y levantar los cargos correspondientes por acoso o violencia de género para que los jueces, tribunales y hasta la Suprema Corte electos por “el pueblo” (alrededor del 10 por ciento, el más “sabio”) castiguen severamente su atrevimiento.

Ahora bien, en su descarado cambio de piel la 4T tiende a creer que la mano dura y el autoritarismo le asegurarán la consecución de todos sus objetivos. En su ambiciosa mediocridad, el populismo morenista se imagina cien años en el poder, pero en su prisa por sentar las bases de ese largo predominio están dejando muchas cosas sueltas y, tan mal hechas, que será muy difícil que no se les derrrumben en los próximos años como sus puentes y demás obras que presumen. Entiendo que ellos quieran “hacer historia”, pero la historia real tiene otros datos.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

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